Reflexiones sobre la política peruana
La
decadente política peruana
La política peruana se nos
presenta como un paisaje poblado de flores marchitas, sin vida. Hace mucho que
política y reflexión se han divorciado. Los viejos ideólogos y los
hombres de solidas convicciones y acciones, entregados al servicio de grandes
ideales, han sido reemplazados por una camarilla de bribones, enanos intelectuales,
eunucos de la política, que solo ven en ella un medio para beneficiarse
económicamente.
La política, inundada por
esta pequeña corte plebeya, ha abandonado el rol que cumpliera en otros
tiempos: anunciarnos una nueva sociedad más justa y progresista. Ahora, por el
contrario, la política luce alejada de los ideales más acariciados por las
grandes mayorías nacionales: progreso, bienestar e igualdad. La política
peruana, actualmente, es una actividad que congrega a mercenarios,
oportunistas, hambrientos por obtener los beneficios que el poder otorga.
La política refleja a una sociedad que no sueña, en la que esta ausente toda esperanza de cambio. Ha perdido, en suma, toda dimensión utópica. Ya no es imaginación, por eso es solo resignación. La inmediatez, la trivialidad, la noticia del día se han impuesto en la agenda política; abandonando toda proyección de trascendencia y tiempo largo.
La política refleja a una sociedad que no sueña, en la que esta ausente toda esperanza de cambio. Ha perdido, en suma, toda dimensión utópica. Ya no es imaginación, por eso es solo resignación. La inmediatez, la trivialidad, la noticia del día se han impuesto en la agenda política; abandonando toda proyección de trascendencia y tiempo largo.
La política expresa, de
manera bastante palmaria, nuestras bajezas e inmediatez. Representa una
actividad propia de individuos espiritualmente chatos, codiciosos e intrínsecamente
inmorales, que creen encontrar en Maquiavelo la justificación de su pequeñez.
Ahora, por política se
entiende como aquello que colisiona con la inteligencia y la ética. El poder ya
no es un medio para el engrandecimiento de la sociedad; sino más bien la forma
más segura de enriquecerse ilícita e impunemente.
Los
partidos políticos
Los partidos políticos, sino
son los responsables de esta situación, son los protagonistas de la crisis de
la política. Se han convertido en organizaciones que reclutan comechados o
mercenarios del sistema, oportunistas de turno. Han perdido todo interés por el
país. El interés de sus cúpulas ha ocupado el lugar que otrora ocupaba la nación.
Ciertamente, no podemos esperar nada de estas organizaciones, que no existen
sino para beneficiar a sus miembros a costa de los demás.
Los partidos políticos,
lejos de ser organizaciones que contribuyan con la institucionalidad
democrática, la han pauperizado y arrinconado a una situación en la cual la
credibilidad de la totalidad del sistema político está en cuestión. Así,
nuestra idea de la democracia ha quedado reducida a la participación ciudadana
en elecciones que no sirven sino para reemplazar a la cúpula de turno. El
sistema electoral es tan solo un mecanismo legitimador para el ejercicio del
poder y el beneficio de ciertas cúpulas desarraigadas de todo compromiso
social.
La
intelectualidad
La intelectualidad se ha
alejado de la política. Esto ha ocurrido porque los políticos y los partidos no
tienen ningún interés de pensar al país, debido a que han abandonado ya, desde hace
mucho, todo interés por él. Los intelectuales, por su parte se han hecho
cómplices de esta situación al renunciar a su función de pensar al país y
marcar el derrotero de su rumbo. Algunos se han contentado con refugiarse en lo
académico; y otros, con no pasar de comentarios sobre hechos anecdóticos o refugiarse
en análisis de coyuntura.
La intelectualidad yace
derrotada y conformista. Sus más preclaros exponentes hoy lucen ausentes. La
inteligencia ya no es su rasgo. Al contrario, luce desprovista de todo espíritu
inquisitivo y disconforme. Su ímpetu por escudriñar en la realidad nacional ha
sido abandonado por la función de eco de los discursos hegemónicos. Su
autonomía y compromiso ha sido reemplazada por un espíritu de cofradía que solo
refuerza los ímpetus de sus miembros por alcanzar un estatus que
originariamente no les correspondía en la sociedad.
A
manera de conclusión
En síntesis, el panorama sobre la política peruana es, sencillamente, desolador. Carente de utopías y proyectos nacionales, con la ausencia de personalidades de relieve y de elevadas miras, integrada por personajillos oportunistas y ambiciosos, la deslucida política peruana demanda solo una cosa: su refundación. Esta refundación pasa por recuperar la imaginación, por refundar el sueño de que otra sociedad es posible y, además, necesaria. En este sentido, hoy más que nunca la política debe ser repensada desde una postura que empiece por hacer una tabla rasa del pasado, por señalar los males que la aquejan, marcando una diferencia sustantiva con aquellas posturas que la han puesto de rodillas frente a los pequeños intereses y apetitos personales de turno.
El problema de la política
peruana no es ideológico; sino ético. Su refundación debe partir de una nueva
postura que rechace, de manera clara y tajante, las formas en que la actividad
política de ha llevado a cabo, denunciando a quienes, con su accionar, la han
llevado al estado de deshonor en que ahora se encuentra.
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