Edward Halett Carr y su contribución a la Historia

Edward H. Carr (1892-1982) fue uno de los historiadores más notables del siglo XX y uno de los más importantes que ha dado el Reino Unido en el mismo período. Pertenece al selecto grupo de historiadores británicos, entre los que se encuentran Thompson y Hobsbawm, que ha contribuido de forma notable al desarrollo de la ciencia histórica. Sus trabajos fueron decisivos en el proceso de transformación de la visión decimonónica de la Historia, de corte empirista y positivista, a la del siglo XX, marcada por una visión crítica y reflexiva de la Historia, en la cual el historiador deja de ser un actor meramente pasivo.

Su obra puede centrarse, fundamentalmente, en el campo de la Teoría de la Historia y su monumental investigación sobre la Rusia Soviética, especialmente entre 1917 y 1929, lo cual lo convirtió en el principal estudioso occidental de la historia de la Unión Soviética. Sus actividades no se circunscribieron a la labor propia del historiador, pues también fue un importante diplomático y teórico de las relaciones internacionales.

¿Qué es la Historia?

Si bien Carr no fue un filósofo ni tuvo la pretensión de hacer filosofía, mantuvo un vivo interés por participar en el necesario debate con respecto a la Historia y su carácter. Durante las dos primeras décadas del siglo XX, la filosofía positivista tuvo un enorme influjo sobre el ambiente intelectual europeo, heredado del siglo XIX. La devoción por la ciencia, entendida como objetividad, resultado de la estricta separación entre el observador y el hecho observado, era su nota característica. Ese ambiente intelectual influyó en que la escuela histórica alemana, con Von Ranke a la cabeza, mantuviera su prestigio.


Hasta bien entrado el siglo XX, en el ambiente de la ciencia histórica aún se respiraba profundamente el influjo de Von Ranke y de Mommsen, entre otros, quienes proponían una ciencia histórica fuera de todo juicio moral; pero, además, la consideración de la Historia como una descripción detallada, minuciosa de los hechos, en la que las fuentes hablaban por sí solas. En este contexto, la función del historiador era “objetiva”, pues este se convertía en el investigador que hacía hablar a las fuentes.Esta manera de ver la historia sería criticada y superada bien entrado el siglo XX. Al respecto, Cárdenas (2014, 114) menciona lo siguiente:

(…) Por un lado, el historicismo –etiqueta con la que finalmente se había vinculado a Ranke–, en sus distintas manifestaciones, entró en crisis y, después de la segunda guerra mundial, fue sustituido por la historia social científica, que criticaba fuertemente la orientación del historicismo hacia el estudio de la política y el Estado nación, así como sus aproximaciones al objeto de estudio como muy subjetivas.5 Como se sabe, este nuevo tipo de historia, que incluyó a los Annales, a la historia-ciencia social en Estados Unidos, a formas neoweberianas y a la historia social británica, se constituyó como dominante en buena parte de la segunda mitad del siglo XX; fue la era de los modelos, los conceptos y las estructuras (…)

La objetividad, en el sentido planteado por los historiadores de la escuela histórica alemana del siglo XIX, fue negada por Carr, al señalar que: “(…) El historiador es necesariamente selectivo. La creencia en un núcleo óseo de hechos históricos existentes objetivamente y con independencia de la interpretación del historiador es una falacia absurda, pero dificilísima de desarraigar” (Carr, 1984,16)

Esta corriente histórica tenía cierta correspondencia con la tradición empirista, imperante hacía ya mucho en el Reino Unido. No olvidemos que el positivismo compartía con el empirismo una misma premisa de origen: los hechos pueden ser captados de forma directa por el cerebro, no necesitando, para ello ninguna intermediación. Collingood, el teórico inglés, sería, a la postre, uno de sus principales defensores y representantes. Al respecto, Carr (1984, 12) mencionó lo siguiente:

(…) Los positivistas, ansiosos por consolidar su defensa de la historia como ciencia, contribuyeron con el peso de su influjo a este culto de los hechos. Primero averiguad los hechos, decían los positivistas; luego, deducid de ellos las conclusiones. En Gran Bretaña, esta visión de la historia encajó perfectamente con la tradición empírica, tendencia dominante de la filosofía británica de Locke a Bertrand Russell. La teoría empírica del conocimiento presupone una total separación entre el sujeto y el objeto (…)

La escuela de Von Ranke y sus herederos proponían que el trabajo del historiador se dividía en dos momentos: la recolección de fuentes (heurística) y la interpretación de las fuentes (hermenéutica).

El enfoque de la investigación en dos momentos, el heurístico y el hermenéutico, sin embargo, entrañaba algunas cuestiones: olvidaba la necesaria crítica de las fuentes, dejaba de lado que el propio historiador era un sujeto activo y que encarnaba, acaso a la sociedad de la que era parte, soslayaba que las fuentes no nos dicen nada, que es el historiador es que formula las preguntas y da sentido a los datos de las fuentes. El papel activo del historiado en la construcción del discurso histórico, para Carr, se sustenta en la idea del hecho histórico, que si bien es una aportación teórica que proviene del siglo XIX, el historiador británico le otorga un nuevo contenido interpretativo al señalar que (Carr,  1984, 16-17):

Echemos una hojeada sobre el proceso por el cual un mero dato del pasado se convierte en un hecho histórico. En 1850, en Stalybridge Wakes, un vendedor de golosinas era deliberadamente golpeado hasta la muerte de una muchedumbre enfurecida , tras una disputa sin importancia. ¿Es ello un hecho histórico? Hace un año hubiese contestado que no sin vacilar. Lo habría recogido un tstigo ocular en ciertas memorias poco conocidas (7); pero nunca vi que ningún historiador lo considerase digno de mención. Hace un año, el Dr. Kitson Clark lo citó en sus Conferencias Ford en Oxford (8). ¿Confiere esto al dato el atributo de histórico? Creo que aún no. Su situación actual, diría yo, es la de que se ha presentado su candidatura para el ingreso en el selecto club de los hechos históricos. Se encuentra ahora aguardando partidarios  y patrocinadores. Puede que en años sucesivos veamos aparecer este dato, primero en notas a pie de página, y luego en el texto, en artículos y libros acerca de la Inglaterra decimonónica, y que dentro de veinte o treinta años haya pasado a ser un hecho histórico sólidamente arraigado. Como también puede de que nadie lo menciones, en cuyo caso volverá a sumirse en el limbo de los hechos del pasado no pertenecientes a la historia, de donde el Dr. Kitson Clark, ha tratado generosamente de salvarlo. ¿Qué será lo que decida cuál de ambas cosas ha de suceder? Dependerá, pienso yo, de que la tesis o la interpretación en apoyo dela cual el Dr. Kitson Clark cité este incidente será aceptada por los demás historiadores como válida e importante. Su condición de hecho histórico dependerá de una cuestión de interpretación. Este elemento interpretativo interviene en todos los hechos históricos.

Carr, advirtiendo los vacíos en el tratamiento que se le daba a la Historia como actividad científica, recogió la propuesta del hecho histórico como unidad de análisis de la ciencia histórica, pero puso el acento en que el hecho histórico es el resultado de la valoración que el historiador realiza del dato. El dato cobra vida y existencia para la Historia a partir de su conversión en hecho histórico y esta conversión nace de la actividad crítica y reflexiva del historiador.

La influencia del enfoque empirista de la Historia, a juicio de Carr, se haría patente en diversos países: Reino Unido, Estados Unidos y Alemania, mostrándose en la elaboración de trabajos monográficos, hiper-especializados y fundamentalmente narrativos, cuya principal virtud era el haber recurrido a una gran cantidad de fuentes.

Sin embargo, la escuela alemana, liderada por Ranke, tendría en el marxismo a su rival más portentoso. El influjo de la visión marxista de la historia se haría más importante a partir de la revolución bolchevique. El triunfo de los comunistas en Rusia despertaría, rápidamente, la oposición de diversos intelectuales que desde occidente le harían frente. Al respecto, Cárdenas (2014, 126-127) mencionó lo siguiente:

(…) Collingwood, en sus lecciones sobre filosofía de la historia impartidas en Oxford en la década de 1930, argumentó que los esquemas únicos en historia eran meros “productos del capricho”: se les aceptaba no por ser científicamente convincentes, sino porque se habían convertido en ortodoxia de comunidades de hecho religiosas, como la marxista.40 Por su parte, Popper trabajaba en el manuscrito de lo que finalmente se publicaría como La miseria del historicismo, en 1944-1945 y cuyo objetivo central era mostrar que “la creencia en un destino histórico es pura superstición”. (…) Berlin, que había sido alumno de Collingwood, trabajó en estos ensayos en la década de 1950, reinstalado en Oxford después de haber servido diplomáticamente a la Gran Bretaña en los años de la segunda guerra. Vale la pena hacer notar que su crítica a las diferentes versiones de la “inevitabilidad histórica” y la “historia científica” fue elaborada al mismo tiempo que desarrollaba su influyente defensa de la libertad individual. Para Berlin, lo que su época necesitaba no era más fe, liderazgos más fuertes o más organización científica de la sociedad, sino “menos ardor mesiánico, más escepticismo culto, más tolerancia de las idiosincracias”, pues era imposible deducir los valores humanos de la naturaleza humana. Eran creaciones históricas y como tales relativas y contradictorias. Por tanto la pretensión de descubrir una verdadera naturaleza humana por medio de la razón para imponerla a los hombres implicaba en realidad ejercer contra ellos una violencia y coerción injustificadas.

Frente a estas corrientes, de inicios del siglo XX, es que levantará su voz Edward Carr. El historiador inglés acometerá la tarea de superar los enfoques propios del siglo XIX, pero también los anti-marxista del siglo XX. Combatirá la forma tradicional de concebir la Historia y la relación entre el historiador y los hechos. En este enfrentamiento no sería un alma solitaria. En Francia esta labor la venía desarrollando Marc Bloch y Lucien Frevre, fundadores de la Escuela de Annales.


La principal apuesta de Carr fue la de contribuir a la construcción de una ciencia histórica que reposara sobre nuevas bases. Para ello acometió la labor de hacer una crítica de la visión positivista y empirista de la Historia, en principio, para luego acometer la tarea de enfrentarse a las posturas de Collingwood, Berlin y Popper. Nos planteó, en principio, tal como lo había anticipado genialmente Benedetto Croce, que toda preocupación por el pasado es, en realidad, una preocupación por el presente (Piñón, 2002). De igual manera nos muestra una imagen del historiador, en la que es parte de la sociedad, por tanto, también un producto social y que, por ende, no puede pensar el pasado sino desde el propio mundo en el que le toca vivir, de las preocupaciones y esperanzas de su tiempo.

La labor del historiador, dijo Carr, consiste en seleccionar aquellos datos que se convertirán en hechos históricos. El historiador establece un diálogo entre el pasado y el presente a partir de la interpretación del hecho histórico, de forma tal que, a diferencia del enfoque positivista y empirista, e historiador no se limita a dejar que “hablen las fuentes” o a “presentar los acontecimientos tal como realmente ocurrieron”, de acuerdo al viejo y tan famoso aforismo de Von Ranke. Carr, apuesta por una interpretación de los hechos históricos, a partir de una actitud crítica no solo frente a los hechos, sino también frente a las fuentes de las cuales se dispone. Al respecto, Carr (1984, 15) mencionó lo siguiente:

(…) Solía decirse que los hechos hablan por sí solos. Es falso, por supuesto. Los hechos solo hablan cuando el historiador apela a ellos: él es quien decide a qué hechos se da paso, y en qué orden y contexto hacerlo (…)

Carr rescató el elemento subjetivo en la historia, rechazando con ello la idea de objetividad positivista. Para Carr esa subjetividad no solo se circunscribía a los análisis de la historia contemporánea o reciente, sino que se podía apreciar en todas las etapas de la historia. Así, cuando se refiere a la historia medieval sostuvo que (Carr, 1984, 19  ):

(…) La imagen del hombre medieval profundamente religioso, sea verdadera o falsa, es indestructible, ya que casi todos los datos que acerca de él se conocen fueron seleccionados de antemano por personas que creyeron en ella, y que querían que los demás la compartieran, en tanto que muchos otros datos, en los que acaso hubiéramos hallado pruebas de lo contrario, se han perdido sin remisión. El peso muerto de generaciones desaparecidas de historiadores, amanuenses y cronistas, ha determinado sin posibilidad de apelación nuestra idea del pasado. “La historia que leemos”, escribe el Profesor Barraclough, medievalista, a su vez, “ aunque basada en los hechos, no es, en puridad, en absoluto fáctica, sino más bien una serie de juicios admitidos”(10).

Esta visión, que rescata lo subjetivo en la comprensión de la historia no debe ser interpretada como la renuncia a la objetividad. Carr es claro en señalar que el conocimiento histórico nunca es acabado y definitivo; sino siempre relativo y provisional, marcando distancia de la visión hegeliana de la historia. Sin embargo, deja en claro que la realidad es objetiva, que no es una construcción subjetiva o intersubjetiva, y que las diferentes visiones sobre el pasado o un determinado hecho histórico no debe hacernos caer en la idea de que la realidad es lo que cada uno cree que es; o que todas las formas de ver la realidad son igualmente verdaderas. Asi, Carr (1984, 36-37) sostuvo lo siguiente:

(…) En vez de la teoría de que la historia carece de significados, se nos ofrece aquí la teoría de la infinidad de significados, ninguno de los cuales es mejor ni más cierto que los demás, lo que en el fondo equivale a lo mismo. Desde luego la segunda teoría es tan insostenible como la primera. No puede deducirse, por el hecho de que una montaña parezca cobrar formas distintas desde diferentes ángulos, que carece de forma objetiva o que tiene objetivamente infinitas formas. No puede deducirse, porque la interpretación desempeñe un papel en la fijación de los hechos de la historia, ni porque no sea enteramente objetiva ninguna interpretación, que todas las interpretaciones sean igualmente válidas y que en principio los hechos de la historia, ni porque no sea enteramente objetiva ninguna interpretación, que todas las interpretaciones sean igualmente válidas y que en principio los hechos de la historia no sean susceptibles de interpretación objetiva (…)

 Frente a este problema, Carr nos propone el ejercicio crítico e interpretativo como forma de superar el subjetivismo y la ilusión de la objetividad positivista. Este ejercicio crítico reposa sobre algunas consideraciones que Carr percibía como nacidas de un debate ya superado: la primera, consistente en que el ser humano es un ser social e histórico; por tanto, todo análisis histórico debe partir de las grandes fuerzas sociales y no de la grandeza y acción de solitarias personalidades. La segunda, que las fuentes primarias deben ser sometidas a un proceso crítico, pues estas fueron generadas por individuos que respondían a intereses y creencias. La tercera, que las fuentes secundarias deben ser sometidas al escrutinio de la crítica, analizando la época que al historiador le cupo vivir, los intereses en pugna, las ideologías del momento, la selección de temas y los enfoques, pues todo ello sería revelador de la manera en que un hecho histórico ha sido presentado. El acento que puso Carr en la crítica de las fuentes separó radicalmente a este historiador de sus predecesores del siglo XIX. Al respecto, (Carr, 1984,21) señaló lo siguiente: “El fetichismo decimonónico de los hechos venía completado y justificado por un fetichismo de los documentos. Los documentos eran, en el templo de los hechos, el Arca de la Alianza (…)”

Es preciso mencionar que Carr, al hacer una crítica a la escuela alemana de Von Ranke y al empirismo historiográfico, no nos propone que las fuentes sean dejadas de lado. Tampoco nos dice que se pueda prescindir de las fuentes. Lo que nos plantea Carr es que el historiador no se dedica a narrar hechos como una sucesión de acontecimientos en la que el historiador es una suerte de facilitador entre la fuente y el lector; sino que el historiador es un agente que construye un discurso histórico desde una posición crítica, reflexiva, que refleja las preocupaciones de la sociedad en las que le toca vivir e investigar.

La importancia que Carr le atribuye a las fuentes y su manejo queda evidenciado en su preocupación por acceder a fuentes confiables para realizar su investigación sobre la historia de la Unión Soviética, acaso su obra de mayor aliento y de mayor alcance, en la que prefirió centrarse entre los años 1917 y 1929, porque la década de 1930 entrañaba algunos problemas por la escasez de fuentes confiables, debido a la manipulación de cifras hecha por el régimen estalinista (Carr, 1997).

Es preciso destacar, de igual manera, que si bien marcó una distancia con respecto a la idea de Carlyle de que los hombres, los grandes personajes, las grandes individualidades hacen la historia; sosteniendo que los grandes personajes corresponder a grandes procesos, y que, por tanto, centrarse exclusivamente en los individuos no permite comprender la historia, ello no fue óbice para que se ocupara de los individuos y de que a partir de esos individuos pudiese comprenderse una época. Un ejemplo de ello fue su obra referida a Bakunin, Herzen y Ogarev, titulada Los exiliados románticos, en la cual retrata de manera vívida y con gran riqueza literaria, que revela su temprana formación en literatura clásica, el ambiente revolucionario del siglo XIX en Europa (Carr, 1985). Carr, en esta obra, revelará, incluso, una inusual capacidad entre los historiadores para penetrar en el mundo psicológico de los personajes que aborda, haciendo gala de descripciones precisas y oportunas que muestran una época más que como una sucesión de características, como un mundo al que el lector puede acceder como testigo de excepción.

Carr no entendió la labor del historiador como la de un propagandista. Al contrario, le reservó a la Historia un espacio de sesuda reflexión y de atildado juicio. Ello se nos revela al recorrer su obra sobre la Rusia Soviética, que lejos de la ferviente alegoría o de la oposición irracional, intenta ofrecernos una visión de los hechos en la perspectiva de la historia, alejada de las simpatías y antipatías que despertaba la revolución rusa en el contexto de la guerra fría. Pero tampoco se convirtió en un frío expositor de hechos y comentador de fuentes, pues su investigación le permitió arribar a interesantes reflexiones que buscan abarcar el proceso, pero también a los personajes que con su impronta marcaron el curso de los acontecimientos.

Carr, al plantearse la pregunta ¿qué es la historia?, nos plantea como respuesta que es “un proceso continuo de interacción entre el historiador y sus hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado” (Carr, 1984, 40).

Objetividad, marxismo y psicoanálisis

Carr murió en 1982. A partir del año de su fallecimiento podría inferirse que sus enfoques sobre la Historia han sido superados a la luz de la nueva corriente postmoderna. Finalmente, sus planteamientos son hijos de la modernidad, de una modernidad madura que ha sabido aquilatar lo mejor de la reflexión filosófica en el campo de la epistemología con la experiencia cotidiana e investigativa del historiador. Sin embargo, el presunto anacronismo del enfoque de Carr no es tal. Más bien diremos que hoy cobra una inusitada actualidad debido a que los planteamientos que sobre la Historia actualmente hacen los defensores de la postmodernidad, a diferencia de lo que muchos creen, tiene muy poco de novedosos. Carr, señaló los reparos que se le presentaron a la Historia como ciencia (Carr, 1984,  83-84):

(…) Estos reparos- más convincentes unos que otros- se resumen así: 1) la historia se ocupa solamente de lo particular en tanto que la ciencia estudia lo general; 2) la historia no enseña nada; 3) la historia no puede pronosticar; 4) la historia es forzosamente subjetiva porque el hombre se está observando a sí mismo; y 5) la historia, a diferencia de la ciencia, implica problemas de religión y moralidad (…)

Estos viejos reparos a la ciencia Histórica, planteados hace desde la visión subjetivista, se parecen notablemente a los que actualmente se le plantea a la Historia desde la corriente postmoderna. Estas viejas objeciones, sin embargo, fueron contestadas oportunamente por Carr de la manera que sintetizamos a continuación:

1.- El mismo uso del lenguaje por parte del historiador demuestra que su preocupación está en determinar lo general que se pueda hallar en lo particular. Por ello, por ejemplo, se utiliza el término guerra para referirse tanto a la guerra del Peloponeso como a la segunda guerra mundial. Otro hecho, que demuestra el equívoco que se le presenta a la Historia radica en el hecho de que el historiador “se vale de la generalización para comprobar los datos de que dispone”. Además sostuvo que “el lector de historia, lo mismo que el autor, es un generalizador crónico, que aplica la observación del historiador a otros contextos históricos que conoce bien, o aún a su propia época…” (Carr, 1984, 86). Carr, sobre el particular agregó lo siguiente (Carr, 1984, 87):

Es un contrasentido decir que la generalización es extraña a la historia; la historia se nutre de generalizaciones. Como dice claramente Mr. Elton en uno de los volúmenes de la nueva Cambridge Modern History, “lo que distingue al historiador del recopilador de datos históricos es la generalización” (16); podría haber añadido que lo mismo distingue al científico de la naturaleza o coleccionista de especímenes. Pero no se suponga que la generalización nos permite construir un amplio esquema de la historia en el que han de encasillarse os acontecimientos específicos (…)

2.- Carr plantea que de la historia sí es posible sacar lecciones. Para ello ofrece algunos ejemplos, entre los que se encuentran las lecciones que los diplomáticos extrajeron del Congreso de Viena al momento de llegar a acuerdos durante las Conferencias de París, de 1919. A ello agregó lo siguiente (Carr, 1984, 91):

(…) En mi campo de estudio, los forjadores de la revolución rusa estaban profundamente impresionados- y casi diría que obsesionados- por las lecciones de la revolución Francesa, de las revoluciones de 1848 y de la Comune de París de 1871. Pero he de recordar aquí la doble puntualización que requiere el doble carácter de la historia. Aprender de la historia no es nunca un proceso en una sola dirección. Aprender acerca del presente a la luz del pasado quiere también decir aprender del pasado a la luz del presente. La función de la historia es la de estimular una más profunda comprensión  tanto del pasado como del presente, por su comparación recíproca.

3.- Carr, sobre la crítica que sostiene que la historia no es una ciencia porque no puede realizar predicciones, sostiene que ello obedece a una serie de equívocos. Al respecto sostiene lo siguiente:

(…) Las llamadas leyes científicas que afectan a nuestra vida cotidiana son de hecho afirmaciones de tendencias, afirmaciones de lo que ocurrirá en igualdad de condiciones, o sea en condiciones de laboratorio. No tratan de predecir lo que acontecerá en casos concretos. La ley de la gravedad no prueba que cierta manzana determinada caerá al suelo: puede pasar alguien que la recoja en una cesta (…)

Más adelante sostiene lo siguiente (Carr, 1984, 92-93):

(…) La clave del problema del pronóstico en la historia se halla en esta distinción entre lo general y lo específico, entre lo universal y lo singular. El historiador, como hemos visto, no tiene más remedio que generalizar; y al hacerlo aporta orientaciones generales para la acción ulterior, las cuales, aunque no predicciones específicas, son válidas a la vez que útiles. Pero no puede pronosticar acontecimientos específicos, porque lo específico es peculiar y porque interviene el elemento accidental. Esta distinción, que preocupa al filósofo, es perfectamente clara para el hombre ordinario. Si dos o tres niños del colegio contraen el sarampión, se deduce que la epidemia se propagará; y este pronóstico, si así lo llamamos, se funda en una generalización de la experiencia pasada, y es guía útil y válida para obrar en consecuencia (…)

4.- Con respecto a que la Historia es subjetiva porque el hombre se está observando a sí mismo, Carr sostiene que esa aseveración lejos de apartar a la Historia de la ciencia la acerca, habida cuenta que la física del siglo XX, tanto a einsteniana, que privilegia el papel del observador, como la cuántica, que establece los llamados principio de incertidumbre e indeterminación, han revolucionado la ciencia de tal forma que la antigua separación radical entre el sujeto y e objeto, propia del desarrollo de la ciencia y la filosofía de los siglos XVII, XVIII y XIX ha sido superada. Al respecto, Carr (1984, 97), menciona que:

(…) En la física moderna todas las mediciones están sujetas a variaciones inherenhtes debidas a la imposibilidad de fijar una relación constante entre “ el observador” como la cosa observada-es decir, tanto el sujeto como el objeto- intervienen en el resultado final de la observación (…)

Carr, más adelante, nos previene frente a la posible mala interpretación de este acerto, al sostener que simplemente, sin pretender equiparar el conocimiento de la física con el histórico, quiere dejar sentado que la visión de los científicos ha cambiado, que la visión tradicional de la separación tajante entre el sujeto y el objeto, imperante entre los siglo XVIi y XIX, es insostenible. A partir de ello sostiene que el empirismo, que se sustenta en dicha separación y que es objeto de crítica por parte de Carr, debe ser abandonado. Carr (1984, 98- 99), al respecto, sostiene lo siguiente:

(…) Quisiera ahora defender el punto de vista según el cual las ciencias sociales en su conjunto, por el hecho de implicar al hombre tanto en calidad de objeto como de sujeto, tanto como investigador como cosa investigada, son incompatibles con cualesquiera teorías del conocimiento que defiendan un divorcio rígido entre sujeto y objeto (…)

5.- Sobre la relación entre la historia, la religión y la moralidad, Carr se inclina hacia la posibilidad de realizar juicios valorativos respecto de sistemas, pero no de personas. Al respecto, (Carr, 1984, 106) sostiene:

(…) No sentenciará al esclavista concreto. Pero ello no quita que condene a la sociedad esclavista. Los datos históricos presuponen, como vimos, cierto grado de interpretación; y las interpretaciones históricas siempre llevan inherentes juicios morales, o, si prefieren expresiones de apariencia menos comprometida, juicios de valor.

Carr defendió el principio de causalidad en la historia y rechazó las objeciones que Popper y Berlin presentaron frente a aquellas interpretaciones “deterministas”, como el hegelianismo y el marxismo. Carr considera que la existencia humana está influenciada por innumerable cantidad de causas, pero que ello no implica, tampoco, la extinción de la libertad. Sin embargo, rechaza la visión de que la historia es una sucesión de hechos azarosos. Al respecto menciona lo siguiente (Carr, 1984, 132):

(…) Lo primero que debe dejarse claro es que lo que aquí se discute no tiene nada que ver con el determinismo. El enamoramiento de Antonio, el ataque de gota de Bayaceto o el catarro febril de Trotsky fueron tan casualmente determinados como cualquier otra cosa que ocurre. Es descortesía gratuita hacia la belleza de Cleopatra sugerir que el enamoramiento de Antonio no tenía causa. La conexión entre la belleza femenina y el enamoramiento masculino es una de las consecuencias de causa y efecto más regulares que observamos en la vida cotidiana (...)

Sin embargo, rechaza la posición de Marx de que el azar solo puede, a lo sumo, retrasar ciertos procesos, y que cuando ocurre otros hechos azarosos lo compensan (Carr, 1984). Considera, al contrario que sí existen hechos que son azarosos y que tienen un fuerte impacto en el curso de la historia. A respecto, Carr (1984, 138) menciona lo siguiente:

(...) La forma de la nariz de Cleopatra, el ataque de gota de Bayaceto, el mordisco del simio letal para el rey Alejandro, la muerte de Lenin- fueron todos ellos accidentes que modificaron el curso de la historia. Resulta vano tratar de suprimirlos, o pretender que, de una u otra forma, carecieron de efecto (…)

 

Ante ello, surge la pregunta: ¿cómo concibe Carr las causas en la historia? Al respecto el propio Carr (1984, 138), mencionó lo siguiente:

(…) Las causas determinan su interpretación del proceso histórico, y su interpretación determina la selección que de las causas hace, y su modo de encauzarlas. La jerarquía de las causas, la importancia relativa de una u otra causa o de este o aquel conjunto de ellas, tal es la esencia de su interpretación. Y esto aporta la clave de lo accidental en la historia (…)

Carr acomete el espinoso y complejo problema de discutir si la Historia puede ser objetiva y qué tipo de objetividad es la que puede alcanzar la ciencia histórica. En principio, sostiene que la visión de objetividad que proviene del empirismo es errada, pues no es posible separar al objeto y al sujeto. Esta posición, respecto de la separación entre el objeto y el sujeto, cuyo conocimiento del primero por parte del segundo solo puede ser alcanzado a través de la experiencia, fue compartida por el positivismo (Vidal, 1999). Carr, (1984, 162), al respecto menciona:

(…) Los datos de la historia no pueden ser puramente objetivos, ya que se vuelven datos históricos precisamente en virtud de la importancia  que les concede el historiador. La objetividad en la historia- sí es que hemos se seguir utilizando este vocablo convencional-, no puede ser una objetividad del dato, sino de la relación entre dato e interpretación, entre el pasado, el presente y el futuro (…)

Ubica al futuro como tema central de toda reflexión histórica. Al respecto, ( Carr, 1984, 166) sostiene:

(…) Solo el futuro puede darnos la clave de la interpretación del pasado; y sólo en este sentido nos es dado hablar de una objetividad básica en la historia. Es a la vez explicación y justificación de la historia que el pasado ilumine nuestra comprensión del futuro, y que el futuro arroje luz sobre el pasado.

¿Qué queremos pues decir cuando elogiamos a un historiador por su objetividad, o cuando decimos que un historiador es más objetivo que otro? No desde luego que sabe cómo hacerse con los datos adecuados, o dicho con distintas palabras, que aplica el patrón adecuado para aquilatarla importancia de sus datos. Cuando calificamos de objetivo a un historiador, queremos decir dos cosas. Ante todo queremos decir que sabe elevarse por encima de la limitada visión que corresponde a su propia situación en la sociedad y en la historia- capacidad la suya en tal caso que, según sugerí-en una conferencia previa, depende en parte de su capacidad de reconocer hasta qué punto se halla ínsito en dicha situación, de reconocer por ende la imposibilidad de una total objetividad. En segundo lugar queremos decir con ello que sabe proyectar su visión hacia el futuro de forma tal que él mismo penetra el pasado más profundamente y de modo más duradero que otros historiadores cuya visión depende totalmente de la propia situación inmediata (…)

Más adelante, sostiene (Carr, 1984, 167):

(…) Pero algunos historiadores escriben una historia más duradera, con un carácter más definitivo y objetivo que la de otros; y son estos los historiadores que poseen la que quisiera llamar visión a largo plazo y del futuro. El historiador del pasado no puede acercarse a la objetividad más que en la medida en que se aproxima a la comprensión del futuro

Carr, a partir del concepto de ideología de Marx, que plantea que existe una falsa conciencia sobre la auténtica naturaleza en las que los hombres se hallan inmersos, estableció una relación con Freud, que busca esclarecer el inconsciente. A juicio de Carr, y en este sentido, ambos son complementarios. Al respecto, Carr (1984, 189) sostuvo que: “(…) A este respecto, Freud complementa y no contradice la obra de Marx (…).” Más adelante sostiene (Carr, 1984, 190)

(…) En segundo lugar, Freud refuerza la obra de Marx cuando estimula al historiador a examinar su propia posición en la historia, los motivos-acaso los motivos ocultos- que le han llevado a la elección del tema o del período que investiga, y su selección e interpretación de los hechos, la premisa nacional o social que ha determinado su óptica, la concepción del futuro que da forma a su concepción del pasado. Desde que escribieron Marx y Freud, el historiador ya no tiene excusa para pensarse individuo separado, al margen de la sociedad y fuera de la historia (…)

 

Carr fue un historiador de su tiempo que, además, era consciente del tiempo histórico que vivía y de los debates que se suscitaban en relación a la ciencia. En ese sentido es que acomete el problema de las leyes en la historia. La idea de que la historia tenía leyes había sido duramente atacada por Berlin y Popper. Carr sabía que a la luz de los avances de las ciencias sociales la postura determinista mecanicista del siglo XIX sería imposible de sostener, dado el avance, incluso a nivel de las ciencias naturales. Por ello, sin dejar de apostar por la mirada hacia el futuro y por el cambio social, sostendrá una visión del marxismo alejada de concepción de la historia hegeliana que Marx, en gran medida, había hecho suya. En este sentido, Carr se siente bastante alejado de Marx, al negar que existan leyes económicas impersonales. Considera que esa “falsa ilusión” del escaso desarrollo capitalista durante el siglo XIX, pero que el siglo XX ha mostrado que las llamadas leyes económicas no son tales (Carr, 1984, 191-192)

(…) Se ha pasado del laissez- faire al plan, de la inconsciencia a la conciencia, dela creencia en leyes objetivas económicas a la convicción de que el hombre puede con su acción ser dueño de su destino económico (…) 

Sin embargo, la convicción en la inexistencia de leyes históricas y económicas no lo lleva a sostener las tesis de Popper. En cierta medida, Carr va elaborar su visión de la historia  enfrentándose a las ideas imperantes en el siglo XIX, pero también dando respuesta a las críticas al historicismo producidas durante el siglo XX. En ese camino empedrado es que el historiador británico plantea como alternativa su mirada hacia el futuro, pero en el marco de su apuesta por el compromiso social. Al respecto, Carr (1984, 194) mencionó:

(…) La primera función de la razón, en cuanto se la aplica al hombre en la sociedad, ya no es la mera de investigar, sino la de transformar; y esta elevada conciencia del poder del hombre de mejorar la conducción de sus asuntos sociales, económicos y políticos por la aplicación de procesos racionales es, para mí, uno de los aspectos más destacados de la revolución del siglo XX.

De esta manera, Carr rescata lo que considera lo mejor de la propuesta historicista, pero sin hacer suyo el determinismo mecanicista, sin negar el papel de lo accidental en la historia, incluso. Sin saberlo, dio respuesta a las objeciones más importantes que los acólitos de la postmodernidad presentan hoy en día para negar el carácter de ciencia de la Historia y para sostener que la Historia es casi un género literario. Para ello diferencia radicalmente entre escribir sobre el pasado y hacer Historia, al señalar que (Carr, 1984, 64):

(…) Nadie está obligado a leer o escribir historia; y pueden escribirse libros excelentes sobre el pasado, que nada tienen  que ver con la historia. Pero creo que tenemos el derecho, por acuerdo convencional, a reservar- como me propongo hacerlo en mis conferencias. la palabra “historia” para designar el proceso de la investigación en el pasado del hombre en sociedad.

Carr, nos propuso una idea de la historia que rescata lo mejor del siglo XIX, como es el compromiso hacia el futuro y la identificación clara del historiador como parte de la sociedad, en un afán superador de las críticas que el determinismo ha sufrido durante el siglo XX, a la vez que su rechazo de las corrientes empiristas en el campo de la historia. Su respuesta a ¿qué es la historia?, nace de este complejo proceso reflexivo.



 Bibliografía

Cárdenas, N El debate sobre la historia científica y la ambivalencia de la modernidad. Recuperado de: http://www.scielo.org.mx/pdf/polcul/n41/n41a6.pdf

Carr, E (1997) La revolución rusa: De Lenin a Stalin, 1917- 1929. Alianza Editorial. Madrid.

            (1985) Los exiliados románticos: Bakunin, Herzen, Ogarev. SARPE. Madrid.

            (1984) ¿Qué es la Historia? Ariel. Barcelona.

Piñón, F Historia y filosofía en Benedetto Croce. En: Revista Signos filosóficos, núm. 7, enero-junio, 2002, 11-23. Recuperado de: https://www.redalyc.org/pdf/343/34300701.pdf

Vidal, R la historia y la postmodernidad. En: Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, H.'' Contemporánea, t. 12, 1999, págs. 11-44. Recuperado de: http://www4.pucsp.br/cehal/downloads/relatorios/revista_espacio_tiempo_forma/historia_posmodernidad.pdf



 

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