El poder detrás del poder: empresarios y empresas
La empresa es, sin duda, la
organización más importante del siglo XX. Su poder se ha expandido a niveles nunca
antes vistos. La mayor parte de nuestra vida social tiene como protagonista a
estas organizaciones económicas, que han transformado la vida social humana.
Nuestras vidas, actualmente, son impensables al margen de estas poderosas
formas de organización de la vida social.
Las empresas, ciertamente,
se han convertido no solo en fuentes de riqueza sino también, y esto es lo
fundamental, de cultura. Su papel como constructoras del orden social
contemporáneo ha sido decisivo. Actualmente, los productos y servicios que
ofrecen, la racionalización del orden social que han impuesto, así como las
marcas y logos que publicitan se han convertido en parte de nuestras vidas. Sin
embargo, es paradójico que el inmenso protagonismo alcanzado no haya puesto al
descubierto al poder que se oculta detrás de la marca o el logo de la empresa:
los empresarios.
La
empresa como organización diferenciada de sus propietarios
La historia de la empresa
moderna está unida a la construcción de una forma legal particular: la persona
jurídica. Esta cualidad que adquirieron las empresas en el siglo XIX es
decisiva para comprender la forma en que operan. Se presentan ante la sociedad como
tales para esconder el auténtico poder que detentan sus propietarios.
La construcción legal de
persona jurídica permite que las empresas sean sujetos de deberes y derechos,
que adquieran una personalidad independiente de la de sus dueños. Sobre esa
base es que se ha construido la estructura institucional-legal contemporánea. Partiendo
del carácter de persona jurídica- atribuido legalmente a las
empresas,- es posible diferenciar, entre otras cosas, tanto las decisiones como
las responsabilidades legales del propietario de las de la empresa, poniendo a
salvo al primero.
Pese a esta separación legal
la empresa no es un fin en sí mismo, sino un medio al servicio de sus
propietarios. Es un medio para que los accionistas,
socios o propietarios alcancen sus fines. Una expresión de ello es que solo los
propietarios de las empresas están facultados a tomar las decisiones que
conciernen al futuro de la organización. Sin embargo, su estatus legal no es el
de medio, sino el de fin en sí mismo, al atribuirle la facultad de poseer sus
propios derechos y obligaciones.
En la medida en que las
empresas más que fines son medios a disposición de sus propietarios, diremos
que, en realidad, son instrumentos de poder al servicio de sus propietarios.
Poder
anónimo u oculto
Bajo el paraguas legal de la
persona jurídica, el inmenso poder de las empresas en la sociedad moderna no puede
ser controlado eficazmente; habida cuenta que su accionar, pese a las enormes
consecuencias que implica para la sociedad, es entendido como parte del
ejercicio de las libertades personales que los diversos sistemas jurídicos
consagran.
La empresa, habiendo logrado
adquirir su estatus legal de persona, puede operar de manera simbólica y
transmutada, como si poseyera conciencia propia, como si los propietarios- auténticas
personas con capacidad decisoria- no existieran.
De ésta manera los propietarios
presentan a sus decisiones como si fueran decisiones de la empresa, como si
respondieran a las políticas de la organización. Pero es evidente que la
organización empresarial no es una organización democrática, en el sentido de
que los demás miembros de la organización, que no han efectuado aporte alguno
de capital-obreros, empleados, etc-no tienen ninguna capacidad de tomar
decisiones en ella. Más bien diremos que la empresa constituye un espacio
profundamente autoritario del orden social.
Así, el poder que ejercen las
empresas en la vida social, económica y política de las sociedades aparece como
desvinculado del interés de sus propietarios: único y auténtico interés en las organizaciones
empresariales. En la medida en que los propietarios se esfuerzan por presentar
sus decisiones como si fueran parte de la política de la organización, ocultan
eficazmente el auténtico poder que detentan.
Los propietarios de las empresas,
bajo el manto del anonimato, bajo una forma legal, ocultan tanto sus intereses
como el poder que está a su disposición para alcanzar sus fines. Se presentan
como ciudadanos desprovistos de los medios para tomar decisiones importantes en
la vida social, económica y política de la sociedad o sociedades en las que
operan. Sin embargo, su poder no sólo es decisivo, sino además permanente, si
lo comparamos con el de los líderes políticos, cuyos períodos de gobierno son
de corta duración.
El deseo de mantenerse a
salvo de toda observación, y la estructuración de formas legales que los ponga
a salvo de toda responsabilidad legal-derivada de las actividades de su empresa, queda graficada en el hecho de que en ningún manual o libro de administración
se trata el tema del poder en las organizaciones partiendo del poder real de
sus propietarios. En éste sentido, entonces, la administración, al igual que el
derecho, está al servicio de la consolidación del poder de los propietarios de
las empresas, divulgando una imagen transmutada de la realidad, encubierta hábilmente
bajo formas legales muy bien diseñadas y un discurso administrativo donde los
propietarios parecen no tomar decisiones ni beneficiarse de las ganancias de
sus empresas.
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