Teoría y cambio social
Por: Daniel Loayza
Herrera
En las últimas décadas se ha
producido un progresivo, pero a la vez acelerado abandono de las discusiones
teóricas. La razón de ello está, entre otras, en la indiscutible hegemonía del
neoliberalismo, que hábilmente ha recogido y hecho suya la lógica del homo
económicus para comprender el comportamiento social[1]. Ello, por supuesto, no es
óbice para reconocer que a nivel social, entre aquellos que no son
intelectuales, el discurso narrativo y amplio, praxeológico, ha sido
reemplazado por la imagen[2].
Ambas embestidas del discurso
liberal, en sus dos niveles, han convertido al ser humano contemporáneo en
aquello que, hace muchas décadas ya, Marcuse llamó “el hombre unidimensional”.
Esa unidimensionalidad le impide realizar abstracciones sobre la vida social
humana, más allá de sus interacciones cotidianas y propias de la satisfacción
inmediata de sus necesidades materiales.
En este sentido, la vida social se nos presenta como formada
exclusivamente por individuos aislados, sin otro compromiso para con la
sociedad que no sea un “contrato”, que permite la organización política y
jurídica. La vida aparece, bajo esta ideología como atemporal, a-histórica.
El fracaso de los regímenes del
llamado “socialismo real” le ahorró, a quienes enarbolan el neoliberalismo,
toda necesidad de oponerse al marxismo en términos teóricos, de discutirlo, de
mostrar sus inconsistencias. No faltaron quienes, apresuradamente, nos
anunciaron que nos encaminábamos ineludiblemente a un mundo en el que el
neoliberalismo triunfante había llegado a su nivel más alto y definitivo.
Francis Fukuyama es un digno representante de esa corriente y, su argumento,
una expresión de la equivocada y superada concepción de la historia de Hegel
adaptada a los intereses imperialistas.
Ello se expresó nítidamente en
nuestro país. Los viejos debates y confrontaciones teóricas a las que se podía
asistir en los sesenta, setenta y ochenta han desaparecido desde la década de
los noventa. No es casualidad. Ello coincide con el neoliberalismo instaurado
desde el gobierno de Fujimori, con la idea implícita que ya nada se puede hacer,
que el mundo es como es, que el neoliberalismo es definitivo. A partir de esa época, nuestros intelectuales,
en su mayoría, renunciaron a todo proyecto intelectual crítico con respecto a
la sociedad. El único camino que quedaba era refugiarse en sus estudios e
investigaciones, dando la espalda a las condiciones sociales concretas.
Sin embargo, la ideología
liberal, a nivel intelectual, no es un discurso tan simplista y monocorde como
las imágenes transmitidas al conjunto de los grupos sociales. Podemos decir que
dentro ella se permite una variopinta multiplicidad de enfoques y metodologías,
así como de problemáticas tratadas. Sin embargo, todas ellas tienen algo en
común: han abandonado la crítica de la colonialidad en la que vive nuestro
país. Esa condición de la que alguna vez habló Macera en su esquema de
autonomía y dependencia, así como hoy Quijano, Dussel y Mignolo en lo que se
conoce como la descolonización, es casi una rareza en nuestro país[3].
Más bien encontramos, en nuestro
medio, la prevalencia de una suerte de modismo teórico. Una lucha por estar al
tanto de cuáles son los últimos enfoques, el libro de moda o el autor más
comentado en la actualidad, para adscribirse a su pensamiento de inmediato, de
forma acrítica, para difundirlo inmediatamente y citarlo permanentemente.
Pareciera que se creyera que las teorías siguen la misma lógica que los tacones
altos y la minifalda: la moda.
Frente a ello proponemos retomar
la teoría como recurso reflexivo y crítico. Una teoría que sea confrontada con
nuestra realidad latinoamericana y peruana, que parta de los mecanismos
económicos, sociales, políticos y culturales que hacen posible la actual estructura
social. En nuestra América ello no solo es necesario sino urgente, debido a que
todo cambio social no será posible si no está anticipado por una crítica de nuestra
condición colonial.
La dominación en América empezó
con un cataclismo cultural previo a la estructuración de una economía y
sociedad colonial. Las derrotas militares de las fuerzas indígenas, frente a
los conquistadores, constituyó una ruptura cosmogónica para las sociedades
americanas, pues significó, ante todo, que sus dioses y divinidades no eran todopoderosos,
que más poderoso era el Dios cristiano, en suma, que los occidentales eran
superiores y tenían el poder simbólico. Sobre este resquebrajamiento inicial
sobrevendría la dominación económica, social y política, con su complejo
entramado, del cual no hemos podido deshacernos hasta el presente[4]. Este hecho solo pone de
relieve la importancia que la dominación ideológica tuvo desde el primer
momento en el entramado colonial.
Es en este contexto que la teoría
cobra, para nosotros, una importancia fundamental. Es la teoría la única que
puede develar el entramado ideológico que legitima las actuales condiciones de
colonialidad, pero, también, la que puede elevarse para proponernos una nueva
forma de articular nuestras relaciones sociales. La teoría puede
descolonizarnos mentalmente, como paso previo para la descolonización de todas
las esferas de la sociedad. La teoría puede invertir el proceso que se inició
en 1492 de colonización mental inicial y cataclísmica, seguida de la
estructuración del poder dominante en esta parte del mundo. La teoría puede
hacernos conscientes de que, desde 1492, América vive en condición de
dependencia[5].
Así planteadas las cosas, todo
abandono de la teoría no es sino la renuncia a repensar nuestra posición en el
mundo. Es abandonarnos al discurso hegemónico neoliberal que no quiere
intelectuales críticos, sino entretenidos, narradores de curiosidades, que
muestren la diversidad, para encubrir de mejor forma la unidireccionalidad
impuesta desde fuera de nuestras fronteras. Así la globalización es vista como
un proceso alegre y beneficioso que no acaba con nuestra autonomía ni
diversidad, pero a la vez nos acerca al mundo[6].
La teoría es, entonces, el primer
paso para cualquier intento por desarrollar un pensamiento crítico en América
Latina. No es posible plantearnos nuestro lugar en el mundo ni el lugar que
tenemos al interior de nuestros países prescindiendo de la teoría. Todo
abandono de pensar teóricamente nuestra realidad nos lleva a no comprenderla,
pero también a no ser capaces de contribuir realmente con la sociedad.
[1] Ello se puede apreciar
desde la sociología de Weber, pasando por autores más contemporáneo como Milton
Friedman y Gary Becker. Mancur Olson la aplica para las acciones colectivas. No
debemos olvidar, de igual forma, las ideas de John Elster. Estas posiciones
parten de una compresión del sujeto social como simple agente económico, es
decir, una forma de ver al ser humano como un calculador de costo- beneficio.
Esta posición ha sido criticada duramente por autores como Amarthya Sen, entre
otros.
[2] La praxeología fue impulsada
por Ludwig Von Misses. Nos presenta la acción humana como exclusivamente
individual y racional. Von Misses, destacado miembro de la escuela austriaca de
economía fue, además, impulsor del grupo Mont Pelerinm, que desde 1947 se reúne
para coordinar las acciones de difusión, propaganda y hegemonía del discurso
neoliberal en el mundo. La praxeología y su enfoque hiperracionalista e
individualista ha sido el puente que permitió conectar a la economía liberal
con las ciencias sociales. Por ello no es casualidad que James Buckanam, Gary Becker
y Milton Friedman hayan pertenecido al grupo Mont Pelerin. Sin embargo, a nivel
social general es la imagen la que ha reemplazado el papel del discurso, como
fue analizado por Guy Debord en la “sociedad del espectáculo”.
[3] Este enfoque es una
corriente importante de crítica a la modernidad europea, a la que se ve no solo
filosóficamente, sino como un complejo colonial, como el resultado de la
relación colonial con América. También hace una crítica de la llamada corriente
postmoderna, a la cual considera “eurocentrista” y, por ello, una etapa más de
la reflexión moderna y, por ende, colonial.
[4] Ello no debe interpretarse
como una interpretación idealista de la historia. No obvia que sin la estructuración
de mecanismos económicos, sociales y políticos la colonialidad no habría podido
llevarse a cabo. Solo se destaca la importancia de los aspectos ideológicos en la estructuración de los mecanismos de dominación
objetiva.
[5]
Wallerstein,
a partir del marxismo y del concepto de “sistema-mundo” analiza, con plena vigencia las
relaciones entre el centro y la periferia del sistema capitalista mundial. De forma
tal que las suspicacias sobre el concepto de “dependencia” no deberían ser
observadas por el lector pues es un concepto que se haya vigente en los
análisis contemporáneos, siendo utilizada por economistas de la importancia de
Samir Amin, entre muchos otros, incluyendo al propio Wallerstein.
[6] Ello no significa de
ningún modo que neguemos la diversidad cultural. Lo que señalamos es que en el
discurso donde se exalta solamente la diversidad se esconde, no se muestra, el
discurso global y homogenizador del neoliberalismo que, precisamente, busca
igualarnos a todos en la comprensión del homo económicus, pero también de
convertirnos en consumidores pasivos de imágenes y bienes. Apreciar la
diversisdad es necesaria, como paso previo del estatus de igualdad que se
quiere alcanzar. Sin embargo, apreciarla sin abordar el problema de la
colonialidad homogenizadora, ahora bajo su forma neoliberal, es verla solo como
una curiosidad más del pasado.
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