La Historia en los tiempos de la postmodernidad: del hecho histórico a la historiografía



Resumen
El presente trabajo explora los fundamentos y principales argumentos de la corriente postmoderna con respecto a la Historia. Esclarece el papel que el discurso postmoderno ha tenido en la consideración de que el hecho histórico, como acontecimiento objetivo y objeto de la Historia, es inaccesible al historiador. Muestra como la corriente postmoderna relega al hecho histórico para colocar a la historiografía como el centro de la reflexión histórica. Revela los fundamentos en los que se basa para sostener que la historia no es una ciencia, sino una disciplina, un género literario más, que se sustenta en bases pre-científicas.
La postmodernidad y el abandono de las visiones totalizadoras en la Historia
La llamada corriente postmoderna es, sin duda, una de las posturas intelectuales más difundidas e influyentes de la actualidad. Quienes la enarbolan no escatiman esfuerzos por mostrarnos que ella constituye la superación definitiva de la intolerancia y el totalitarismo que subyace a la valoración de la “Razón” moderna[1]. Su nivel de penetración en las ciencias sociales ha llegado al punto que hoy es casi indiscutible su hegemonía[2].
La postmodernidad nos promete la superación de todas las concepciones totalizadoras sobre el mundo, de los llamados “metarrelatos”, de las imágenes globalizadoras, para proponernos los “microrrelatos”, un conjunto heterogéneo de particularidades, cada una con su “verdad”[3]. Al respecto, White (2003), menciona lo siguiente:
(…) Sin embargo, el mismo Frye asegura que “cuando el esquema de un historiador llega a un cierto nivel de amplitud, se vuelve mítico en forma, y entonces se acerca a lo poético en su “estructura” (…)
La postmodernidad ha desplazado a la “Razón” por las racionalidades, término muy del gusto de los antropólogos y sociólogos contemporáneos[4]. Sostiene que constituye una fuerza democratizadora, que otorga voz a aquellos a los que la “Razón” moderna se los negó. Sus orígenes son diversos: el nihilismo nietszcheano, la filosofía de Heidegger, el psicoanálisis freudiano, las gramáticas de Saussure y Peirce, el psicoanálisis lacaniano, los trabajos antropológicos de Levi- Strauss, la crítica de Foucault a la modernidad y, más recientemente, los postulados de Habermas y Gadamer, entre otros.
En el campo de la Historia las primeras tendencias postmodernas aparecen desde la década de 1960, en que al interior de la llamada corriente de Annales se produce una eclosión de métodos y enfoques históricos, entre las que destaca la “historia en migajas”. Estos nuevos enfoques investigativos al interior de la ciencia histórica renuncian a cualquier compromiso con una teoría social y con una imagen totalizadora sobre la realidad y su derrotero (Burke, 1999). El particularismo socaba toda intención de mostrarnos la historia como un proceso amplio en el espacio y en el tiempo.
Estas nuevas corrientes historiográficas particularistas y “micro-históricas” no surgieron como consecuencia de la superación teórica de las posiciones de Bloch, Febvre y, especialmente, de Braudel. Aparecieron como una reacción frente a la versión ortodoxa del marxismo, la sociología de Durkheim y, en el plano de la propia historiografía francesa, a la propia influencia de Braudel, con su concepción globalizante y del tiempo largo en la historia. (Burke, op. cit).
Este cambio de paradigmas, frente a Braudel y a quienes le antecedieron en la conducción de Annales, no estuvo precedido de una crítica teórica, sino de un simple y sencillo olvido. Este paso pudo ser posible gracias a dos factores: el primero, que Bloch y Febvre, y posteriormente Braudel,  no propusieron una teoría del desarrollo social que antepusieran a las corrientes historiográficas tradicionales pre- Annales; la segunda, la enorme influencia y prestigio internacional de las corrientes intelectuales francesas[5].
La tercera etapa de la corriente de Annales estuvo caracterizada por el abandono de los estudios globalizadores de Braudel. Esto se ha venido haciendo cada vez más acusado desde la década de 1970. La “micro-historia” de fue haciendo más frecuente[6].
Paralelamente a este proceso de trasformación en el campo de la historiografía histórica francesa se venía operando una revolución ontológica y epistemológica en el campo de la filosofía.
El giro lingüístico
Fue Nietzsche el primero en socavar los fundamentos de la razón occidental. Hasta el siglo XIX el lenguaje era el intermediario entre el objeto y el sujeto. Sin embargo, el filósofo y filólogo germano puso de relieve al lenguaje y desplazó a la razón como punto de partida de la filosofía, proponiéndonos que el lenguaje está en el centro de la discusión sobre la verdad y el poder[7].
El más destacado continuador y divulgador de Nietzsche y sus ideas, Heidegger, puso como centro de la reflexión al ser, pero desde la perspectiva del lenguaje. El Dasein, el “ser ahí”, se convierte en el centro de la reflexión, otorgándole una nueva interpretación a los enfoques hermenéuticos de la tradición alemana[8].
Por su parte, Wittgenstein, heredero de la tradición positivista lógica, experimentó una radical transformación en la manera en que abordó el problema de la función del lenguaje[9]. De su primer intento por construir un lenguaje científico y proposicional, capaz de comprender el mundo y resolver todos los problemas del conocimiento, y por ende de la filosofía, contenido en su Tractatus Lógicus Filosóficus, paso a plantear la imposibilidad de ello en su Investigaciones Filosóficas.
Investigaciones Filosóficas representa la segunda etapa en el pensamiento de Wittgenstein. En ella nos propone que el lenguaje se enmarca en la vida misma, en sus reglas y su funcionamiento. El concepto de “juegos de lenguaje” expresa el reconocimiento de la inserción del lenguaje en la vida misma, pero también, nos indica la imposibilidad de ser, actuar y conocer el mundo fuera de él. Fue, precisamente, esta segunda etapa de Wittgenstein la que brindó una segunda fuente de inspiración y de reflexión para el desarrollo de lo que hoy se conoce como postmodernidad.
Desde la interpretación de la gramática de Saussure, Lacan postuló que la realidad es una construcción lingüística, señalando que como no puede existir ninguna representación pre-lingüística de la realidad, entonces, la realidad no es más que lenguaje, es decir, símbolos[10].
Foucault, influenciado por Nietzsche, Heidegger y Lacan, sostuvo que la verdad no es otra cosa que discursos que se han empoderado y que requieren ser mostrados a través de lo que llamó su método arqueológico, versión más contemporánea y aplicada a la historia de la genealogía nietzscheana. Por su parte, Derrida nos propone la utilización de la deconstrucción, de raíces Heideggerianas, para analizar al lenguaje como el problema central del conocimiento humano.
Lyotard (1989), en la década de 1970, a partir de los “juegos del lenguaje”, sostuvo el fin de los llamados “metarrelatos”, de las visiones totalizadoras de la realidad. Nos propuso la multiplicidad de las “razones”.
Frente a esta importante corriente, Habermas (1994) reacciona, con el fin de salvar a la “razón moderna”, pero desde la perspectiva del giro lingüístico[11]. Reconoce la caducidad de los llamados “metarrelatos”, imperantes entre los siglo XVIII y XIX, propios de las ideas de Kant, Hegel y Marx, para proponernos un entendimiento a partir de lo que llamó la “acción comunicativa”. Gadamer, por su parte, desarrollando las ideas de su maestro Martín Heidegger, nos propone una hermenéutica basada en el lenguaje como el problema fundamental de nuestro tiempo.
Como consecuencia de esta multiplicidad de corrientes se impone en la actualidad una forma de interpretar el mundo consistente, básicamente, en lo siguiente: El lenguaje es el problema sobre el que se reflexiona, no la realidad como independiente del sujeto, pues ésta, en sí misma, es inaccesible. Ello implica que toda reflexividad, básicamente, solo puede ser posible desde el lenguaje con respecto al lenguaje.
Del hecho histórico a la historiografía
El hecho histórico ha sido definido como aquel hecho del pasado que tiene relevancia sobre el presente y que puede ser conocido a través de las fuentes. En esta definición podemos identificar dos elementos: el primero, el carácter objetivo del hecho histórico, como independiente del historiador; el segundo, que puede ser conocido por el historiador tal como es[12].
Planteada así la cuestión, el hecho histórico se constituye como el objeto de la investigación histórica. El sujeto o historiador lo puede conocer a través de la aplicación de métodos científicos al análisis de las fuentes.
La corriente postmoderna sostiene que todo lo que podemos conocer se remite al lenguaje y se produce desde el lenguaje. Ello implica que el hecho histórico, en sí, no puede ser conocido, que lo único que podemos conocer son los relatos sobre ese hecho. Es decir, la historia ya no tiene como objeto los hechos sino solo las fuentes, es decir, los relatos sobre esos hechos. Planteadas así las cosas, nada podemos conocer sobre el pasado, solo podemos conocer lo que en las fuentes se dice que ocurrió, pero tamizadas por la propia interpretación pre-científica del historiador.
De esta manera, la postura postmoderna sostiene que la Historia solo se mueve en dos dimensiones: la primera es conocer las fuentes, resultado de la interpretación que se dio a los hechos, no a los hechos mismos; la segunda, las interpretaciones que los historiadores han generado sobre las interpretaciones contenidas en las fuentes.
En suma, desde la perspectiva postmoderna, la historia son solo relatos sobre relatos, discursos sobre discursos (White, 1992). El hecho histórico desaparece para terminar siendo solo historiografía[13]. La Historia deja de ser una ciencia para convertirse en una multiplicidad de narraciones con el mismo estatus epistemológico que puede tener una obra literaria. Al respecto, el historiador postmoderno Hayden White (2003, 109), sostiene lo siguiente:
(…) Pero en general han sido reticentes a considerar las narrativas históricas como lo que manifiestamente son: ficciones verbales cuyos contenidos son tanto inventados como encontrados y cuyas formas tienen más en común con sus homólogas en la literatura que con las de las ciencias.
La historia, como proceso y devenir humano, como praxis social, termina siendo reemplazada solo por la historiografía. Los hechos son dejados de lado por las representaciones de los hechos, por las narrativas sobre ellos. Incluso en el caso de que un historiador se atenga a los hechos, la parte ficcional de su relato no queda excluida debido a que la manera en que escoge los hechos que va a narrar y la forma en que estos se pueden destacar o pasar por alto corresponden a la trama literaria que quiere construir (White, op. cit,1992).
Este planteamiento sostiene que la historia no es una ciencia, sino tan solo una disciplina. Así White (2003, op.cit,139), sostiene que:
En mi opinión, la historia es una disciplina en mal estado hoy en día porque ha perdido de vista sus orígenes en la imaginación literaria. En aras de parecer científica y objetiva, se ha reprimido y se ha negado a sí misma su propia y principal fuente de fuerza y renovación. Al volver a poner en contacto a la historiografía con sus fundamentos literarios no deberíamos estar poniéndonos en guardia contra distorsiones meramente ideológicas; deberíamos estar en el camino de alcanzar esa “teoría” de la historia sin la que esta no puede en absoluto pretender ser una “disciplina”.
Es importante destacar que el planteamiento de White sobre el carácter literario y a-científico de la historia se sustenta en dos hechos: que la comunidad de historiadores no se pone de acuerdo en los criterios para determinar la veracidad de la información histórica y en que la historia no establece leyes ni es predictiva, como las ciencias naturales (White, op, cit 2003)[14].
Conclusión
La postura de la corriente postmoderna nos propone que la Historia no es una ciencia sino una simple narración sobre el pasado, sustentada en consideraciones pre-científicas. Niega el carácter científico de la Historia para reducirla a la condición de género literario. Sustenta esta posición en la consideración de que el mundo, por ende el pasado, es incognoscible, por tanto, la praxis humana no es otra cosa que los discursos y narraciones sobre la praxis humana. Solo podemos conocer, entonces, lo que se dice del pasado, no el pasado en sí. En suma, la concepción postmoderna nos lleva a un punto en el cual la historia como conciencia del pasado desaparece, para llevarnos a un mundo poblado solo por una sucesión de corrientes historiográficas, en las que carece de sentido preguntarnos cual se atiene al hecho histórico, pues este es inaccesible.












FUENTES DE INFORMACIÓN
BURKE, P (1999) La revolución historiográfica francesa. La escuela de Annales 1929-1984. Tercera edición. Barcelona: Gedisa.
DURKHEIM, E (2002) Las reglas del método sociológico. México D.F: Fondo de Cultura Económica.
HABERMAS, J (1994) Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos. Madrid: Cátedra
LYOTARD, J (1989) La condición postmoderna. Madrid: Cátedra.
WHITE, H (1992) Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México D.F: Fondo de Cultura Económica.
                   (2003) El texto histórico como artefacto literario y otros escritos. España: Ediciones Paidós.




[1] Un claro ejemplo es la propia lucha intelectual, pero también personal de Foucault frete a la homofobia.
[2] Los discursos más contemporáneos en el campo de la antropología y de la sociología evidencia su influencia.
[3] Por su parte Frye sostiene que no existe un límite preciso entre lo que es el mito y la historia en los discursos tiotalizantes, característicos de las visiones de Hegel, Marx, Toynbee, entre otros.
[4] Para profundizar en esta postura pueden revisar La condición postmoderna, de Jean Francois Lyotard.
[5] Este prestigio ha sido señalado por Pierre Bourdieu al punto de considerar que Francia, en la postguerra era la única que podía rivalizar con las producciones de Estados Unidos.
[6] Este giro de las visiones globales a las micro- visiones no estuvieron provistas de un discurso postmoderno, propiamente dicho. Sin embargo, entrañaban ya la negación de todo intento por comprender el pasado de manera totalizadora. Planteaban, implícitamente, la imposibilidad de un discurso globalizador.
[7] Es ampliamente conocido que Nietzsche relativizó la preeminencia de la Razón occidental. Sostuvo que la razón no era sino un conjunto de verdades que habían alcanzado el poder suficiente para constituirse en tales.
[8] La filosofía de Heidegger, coloca al ser humano en el centro de la reflexión y el conocimiento cuestiona toda reflexión independiente de la existencia humana.
[9] Wittgenstein pertenece a una tradición distinta a la de Nietzsche, la del positivismo lógico. El filósofo austriaco estuvo influenciado por los intelectuales más importantes del Círculo de Viena, así como por los aportes a la lógica de Gotlob Frege y Bertrand Russell.
[10] Encontramos en este planteamiento una suerte de reinterpretación del concepto kantiano de noúmeno a la luz de la gramática de Saussure y el psicoanálisis. Lacan hace una separación estricta entre lo real, que es inaccesible a la mente humana y la realidad que son los símbolos que nos comunican y median la relación entre el hombre y el mundo. Esta separación, entre lo real y la realidad constituye la base no solo de la semiología, sino, en general de los postulados postmodernos.
[11] El giro lingüístico se entiende como la refundación de la tradición filosófica occidental, que deja de centrarse en el objeto, para hacerlo en el lenguaje. Los llamados filósofos del lenguaje sostuvieron que gran parte de los problemas de la filosofía eran, en realidad problemas lingüísticos. Uno de  sus más destacados representantes fue Wittgenstein, quien a pesar de cambiar su concepción del lenguaje del Tractatus a las Investigaciones filosóficas, el tema del lenguaje no deja de estar en el centro de su reflexión.
[12] La definición de hecho histórico encuentra una notoria correspondencia con la de hecho social, acuñada por Durkheim. Tanto una como la otra consideran al hecho, tanto histórico como social, como una realidad objetiva y determinable en el tiempo y en el espacio. Como un objeto que puede ser estudiado independientemente del observador.

[14] Las discrepancias en torno a la cientificidad de las ciencias sociales  se aprecia no solo en la Historia, sino también en otras, como es el caso de la sociología. Bourdieu, al respecto, ha destacado que ello se debe a que las ciencias sociales son espacios de lucha social. Sobre la incapacidad de la Historia u otras ciencias sociales para establecer “Leyes” a la manera de la Física, consideramos que es un tópico superado ampliamente desde la filosofía de Dilthey. Más aún cuando un autor postmoderno como White se transforma convenientemente en positivista de viejo cuño para alejar a la Historia de la ciencia, para pretender convertirla en entretenida narración literaria.  

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