Postmodernidad y nihilismo epistemológico
Modernidad y Postmodernidad
La
postmodernidad, como crítica de la razón, ha implicado, en gran medida, una ruptura
con la forma en que la modernidad había interpretado el legado de la cultura
occidental. Esta ruptura, ciertamente, implica una amenaza a los fundamentos de la
cultura occidental.
Para
abordar este fenómeno es pertinente realizar algunas precisiones conceptuales. Entendemos
por modernidad una forma particular de abordar el problema de la
relación del hombre con el mundo y consigo mismo, caracterizada por sustentarse en la Razón, como único medio de alcanzar la verdad, y en la evidencia empírica
como única fuente de validación.
La
modernidad, como forma particular de la relación entre el hombre y el mundo,
parte de dos elementos fundamentales: el primero es la razón como única forma
valida de acercamiento a la realidad. El segundo es la separación entre el
sujeto cognoscente y el objeto conocido.
La
idea de la razón como único medio de alcanzar un conocimiento valido sobre la
realidad proviene de tiempos pre-modernos, de la cultura griega, base de la cultura
occidental. Fueron los griegos quienes, desde la filosofía, sentaron las bases
de una nueva forma en la que el hombre podía acercarse a la realidad. La
filosofía, como producto occidental, constituyó, así, la base y máxima expresión
de la apuesta humana por comprender la realidad y al propio hombre
exclusivamente desde la razón.
La
separación entre el sujeto y el objeto es la fuente de la diferenciación entre
lo subjetivo y lo objetivo. Este ha sido el fundamento gnoseológico sobre el
que se ha construido la ciencia. La diferenciación clara entre lo objetivo y
subjetivo la podemos apreciar desde el surgimiento de la filosofía de Tales,
pasando por Leucipo, Demócrito hasta Aristóteles.
La
apuesta por la razón y la separación entre el sujeto y el objeto fue asumida
por la filosofía inglesa (Hume, Locke, entre otros); luego extendida a la
Europa continental, cuyos más destacados representantes fueron Descartes y
Kant.
Esta concepción del conocimiento y del saber fue la base del mundo moderno haciendo posible el desarrollo de la ciencia.
Galileo |
La
ciencia, que aparece fundamentalmente con Galileo, se convirtió en la
representante de la modernidad por excelencia. Es la expresión más genuina de
la razón y la forma mas confiable de conocer y explicar el mundo.
Esta forma de conocer el mundo determinó también la manera en que debemos actuar sobre el. El capitalismo, como forma de organización social y económica, es la expresión de esa nueva forma en la que el hombre se relaciona con la realidad natural y social.
Max
Weber definió, con gran acierto, al capitalismo como un tipo de racionalidad
económica orientada al cumplimiento de ciertos fines. Por su parte, Karl
Marx, el crítico más agudo e integral del capitalismo decimonónico, develo la
lógica de expansión del capital, pero además, la racionalidad de los agentes
económicos, orientada a la reproducción ampliada del capital.
La
idea de que la realidad objetiva es independiente del observador conllevo a la
idea de que la realidad es una y única. Esta imagen de la realidad llevo a la
filosofía a la búsqueda por construir imágenes integrales y definitivas de la
realidad, como es el caso de las filosofías de Hegel y Marx, por ejemplo.
Así, la búsqueda de una imagen totalizadora de la realidad se convirtió en uno de los rasgos más importantes de la modernidad. Complejas y totalizadoras representaciones que hacen inteligible el mundo, nacidas desde la filosofía; pero cada vez más alejadas de la ciencia, en el sentido de que estas ultimas han estado condenadas a la evidencia y la especialización.
La
diferenciación entre el sujeto y el objeto empezó a ser puesta en cuestión
nuevamente desde la filosofía. La hermenéutica, como interpretación de los
textos, puso en evidencia la dependencia que lo observado tiene con respecto al
observador.
La
fenomenología de Husserl dio inicio a la critica frente a la división entre el
sujeto y el objeto, base del pensamiento moderno. El fenómeno como comprensión
del objeto pasó a reemplazar al objeto mismo. El objeto en si careció de
sentido. Ahora la realidad paso a cobrar sentido solo como fenómeno.
Sin
embargo, la crisis de la visión moderna no puede ser explicada exclusivamente
por el pensamiento de Husserl y por su legado filosófico. La crisis del llamado
Círculo de Viena jugó un papel fundamental en el cuestionamiento de la
concepción de la realidad propia de la modernidad, al mostrar su incapacidad para
resolver los problemas del conocimiento desde la formalización del lenguaje. En
el siglo XIX el positivismo de Comte expresaba, en gran medida, la más genuina
tradición moderna. Su identificación de la ciencia como la máxima expresión de
la razón, llevó al fundador del positivismo a aventurarse a plantear un orden
social absolutamente racional. La razón que Comte reivindicaba era,
ciertamente, la razón de la ciencia y no la de los intereses o motivaciones
individuales. De ésta manera, el orden social que proponía entrañaba un
desprecio hacia los caminos que la propia modernidad había trazado, como es el caso de la individualidad; pero
afirmaba, hasta el extremo, su base fundamental: la Razón.
Grecia
había sentado las bases de la racionalidad como forma de alcanzar el
conocimiento; pero también, había construido la individualidad como única forma
de realización de la razón. Marx, representó, ciertamente, una tendencia
cercana a la de Comte en el sentido de que para él la razón era independiente
de los intereses y representaciones individuales. El desprecio hacia la
individualidad, propia del marxismo, fue justificado desde la llamada teoría de
la alienación. Los individuos están alienados y, por ello, sus motivaciones
responden a imágenes transfiguradas de la realidad. En este sentido, sólo la
ciencia puede señalar el camino de un nuevo orden social.
El
positivismo de Rudolf Carnap y de otros representantes del llamado Círculo de
Viena los llevó a plantear que el principal problema de la Filosofía y, por
ende, de la relación entre el hombre y la realidad está en el lenguaje.
Pensaban que con un planteamiento adecuado de los problemas del conocimiento, a
la luz de la lógica, podrían resolverse los falsos problemas del conocimiento.
La búsqueda de un metalenguaje permitiría la discusión absolutamente racional
de los problemas del conocimiento humano.
Wittgenstein
acometió la tarea de dotar a la filosofía del metalenguaje necesario para
resolver el mayor problema de la filosofía de su tiempo. Su “Tractatus lógico
Philosophicus” fue un trabajo al que Wittgenstein renunciaría después. Sus “Investigaciones
filosóficas”, obra posterior al Tractatus, significó un giro en el pensamiento
de Wittgenstein. El filósofo austriaco nos planteó la imposibilidad de reducir
el lenguaje a la esfera de lo lógico. Más bien
sostiene la existencia de los llamados “juegos del lenguaje”. Los
“juegos del lenguaje” son la expresión de que el lenguaje es contextual,
social, interpretativo e irreductible a la formalización dentro del ámbito
puramente científico. Pero a la vez fue una obra que nos invita a pensar en el
lenguaje como la recreación de la realidad, de una realidad que no puede ser
entendida sin él.
Por
su parte, y muy especialmente en Francia, se extiende la influencia de la gramática
de Ferdinand de Saussure. El estructuralismo puso énfasis en los significados,
sólo posibles desde el lenguaje. El derrotero marcado por la influencia del
estructuralismo lingüístico se entroncó con el psicoanálisis de orientación lacaniana.
Jacques Lacán se convirtió en un personaje clave en el mundo cultural francés.
Para él el inconsciente es fundamentalmente un lenguaje que debe ser develado.
Independientemente
del nivel consistencia que estos
planteamientos puedan tener, es importante advertir que el lenguaje pasó a
convertirse en el centro de la reflexión sobre los problemas derivados de la
relación entre el hombre y el mundo. La Francia de la postguerra, convertida en
uno de los centros de irradiación cultural más importantes del mundo, vio
aparecer una pléyade de figuras intelectuales de primer nivel que hicieron un
análisis crítico de los cimientos de la cultura: Foucault, Badiou, Bourdieu, Derrida,
Braudillard, entre otros.
Entre
las influencias más notables de gran parte de los intelectuales franceses de la
postguerra tenemos a Nietzsche, Heidegger, Saussure, Marx y Lacan. Nietzsche realizó
una de las críticas más poderosas al mundo moderno al mostrarlo como carente de
valores. Mostró la necesidad de que el hombre, ante la “muerte de Dios” se haga
cargo de su destino. Percibió, antes que nadie, la extinción de los viejos
valores aristocráticos y los peligros que la masificación podría significar
para la alta cultura, de la cual era parte. Heidegger aportó la deconstrucción
como el método filosófico que permitía comprender la dinámica, alcances y
función social que los discursos sobre la realidad pueden cumplir como
mecanismos de construcción del poder.
Michel Foucault |
De entre
los intelectuales franceses surgidos luego de la segunda guerra mundial merece
una mención especial Michel Foucault. Este pensador francés realizó una de las
críticas más poderosas a los cimientos de la modernidad. Partiendo de la
aplicación de sus métodos “arqueológico” y “genealógico” develó los cimientos
que sostienen el poder. Foucault mostró, por primera vez y con extraordinaria
claridad, la relación entre saber y poder. Influenciado por la psicología y el
psicoanálisis lacaniano estableció la relación entre el sistema social, el
poder, la mente y el cuerpo. Trabajó la sexualidad de una manera hasta ese momento desconocida.
Foucault tuvo una influencia notable en el desarrollo de lo que después sería
conocida como la corriente postmoderna al mostrar que las visiones
totalizadoras sobre la realidad no son sino la institucionalización del saber/poder,
que no necesariamente son las visiones reales sobre la realidad; sino relatos
sobre la realidad que responden a ciertos intereses. Motivado, en gran medida,
por encontrar una ubicación social a su opción sexual, luchó por develar los
mecanismos que la habían proscrito.
Pronto,
la crítica de la cultura, realizada por los intelectuales franceses más
importantes se centró, en términos generales, en ver a la llamada Razón moderna
como un conjunto de discursos al servicio de determinadas relaciones, que responden a poderes reales o simbólicos. El
poder está ligado, así, al universo del lenguaje, al monopolio y control de las
palabras. La modernidad es vista, de esta manera, como un poder opresor que
aparta y silencia otras voces, que no está dispuesta a aceptar la disidencia. La
mayor parte de los intelectuales franceses sentía que representaba a aquellos
que la modernidad había dejado sin voz.
La
forma que adquiere la crítica de la cultura no fue totalmente novedosa. Esta crítica
proviene de las reflexiones de Freud en “El malestar en la cultura”. Por su
parte, otros intelectuales como Adorno, Horkheimer y Marcuse habían trabajado
concienzudamente en ello. Mientras que Adorno y Horkheimer habían realizado una
crítica de la llamada “cultura de masas”; Marcuse, por su parte, había mostrado
el empobrecimiento al que había llegado el hombre como consecuencia de la
sociedad de consumo, en su obra “el hombre unidimensional”.
A su
manera, Lyotard trató, en 1979, de hacer una síntesis de la crítica a la
modernidad en “La condición postmoderna”. Planteó que, ante la crisis de la modernidad,
como consecuencia de las transformaciones sociales y de la crítica a la que ha
sido sometida, no podemos hablar de la existencia de la Razón sino de las
razones, en plural.
Crítica a la llamada corriente
postmoderna
Aunque
la crítica de la modernidad, que realizó la llamada corriente postmoderna, se
encuentra plenamente justificada por el monopolio de determinadas formas de
ejercicio del poder; es evidente que ésta crítica adoleció de un punto débil:
la ausencia de un replanteamiento de los fundamentos gnoseológicos y epistemológicos
del saber. Es precisamente en los problemas Gnoseológicos y epistemológicos,
que la crítica postmoderna ha olvidado, que subyace la cuestión más importante
para dirimir el auténtico aporte de la posición postmoderna al mundo
intelectual y a la comprensión de la realidad. Los aspectos Gnoseológico y epistemológico son fundamentales porque plantear la validez de diversos saberes contrapuestos sobre la realidad, supone, necesariamente, esclarecer que relación existe entre la realidad y el
pensamiento.
En
este breve trabajo intentaremos mostrar como la llamada corriente postmoderna
no solo ha obviado el tema más importante de la crítica que debió formularle a
la modernidad: el problema del conocimiento; sino también que sus
planteamientos representan en sí mismos la crisis de los fundamentos sobre los
que ha reposado la cultura occidental. Es decir, el discurso postmoderno, no
como crítica de la modernidad sino como propuesta, no es sino un conjunto de
ideas decadentistas caracterizadas por un nihilismo que ha perdido de vista las
autenticas bases sobre las que ha reposado la cultura occidental y que le ha
permitido enormes progresos en el mundo contemporáneo. En suma, la
postmodernidad solo es la expresión de que occidente ha sido incapaz de
construir fundamentos sólidos sobre los que organizar el mundo. Que la razón ha
sido abandonada y que el pensamiento mágico, la superstición y el nihilismo
moral se han impuesto, arrinconando y debilitando a la razón, especialmente a
la ciencia, al colocarla como un mero discurso, como un mecanismo simplemente
legitimador.
La
Postmodernidad, como corriente filosófica, plantea fundamentalmente lo
siguiente:
1.-
Relativización de la verdad. Establece que la verdad depende del contexto; esto
es, del observador. En el desarrollo de esta nueva visión de la realidad han
jugado una gran gama de influencias. Desde la perspectiva filosófica podemos
rastrear como uno de sus antecedentes la constatación que hiciera Wittgenstein
sobre la imposibilidad de reducir todo lenguaje a expresiones lógicamente
construidas. Efectivamente, su obra “Investigaciones filosóficas” no solo dio
cuenta de la existencia de lo que Wittgenstein llamada “juegos del lenguaje”;
sino también, del fracaso al que habían llegado los filósofos positivistas del
lenguaje, entre ellos Rudolf Carnap, en su intento por superar todos los
problemas del conocimiento a partir de un adecuado planteamiento de éstos en un
lenguaje formalizado y que no diera lugar a equívocos. Wittgenstein abandonó,
en ésta obra, su postura anterior, planteada en el “Tractatus logico- Philosophicus”.
Con
investigaciones filosóficas, Wittgenstein, permaneciendo en la concepción de
que los problemas derivados de la relación entre el ser humano con la realidad
( dentro de los cuales están las relaciones sociales) son, básicamente,
aspectos relacionados con el lenguaje, sostiene que el lenguaje es un espacio
de recreación de la realidad, que se da a manera de contextualizaciones que lo
dotan de sentido. De acuerdo a ello, y a pesar que el lenguaje sigue siendo el
asunto central de sus reflexiones, se produce un abandono de la postura que
hasta ese momento había sido central en la comprensión del lenguaje: el
lenguaje como mediador entre la realidad y la mente. Había, con ello, quebrado
esta concepción, imperante hasta esa época, para llegar a la conclusión de que
el lenguaje, entonces crea la realidad.
La
realidad esta dada, entonces, por los juegos del lenguaje que ésta crea. El
objeto es tal solo en la medida en que es representado. El significado queda,
en los términos de Saussure, supeditado al significante.
La
llamada “Física cuántica” contribuyó a reforzar la idea de que el observador
juega un papel fundamental en la conocimiento del objeto observado. El llamado “Principio
de Heissemberg” ha abonado poderosamente en éste sentido. Las reflexiones filosóficas
extraídas de el han sido de que no existe una realidad objetiva sino una
realidad subjetiva-objetiva.
2.-
Establece que el lenguaje es el espacio de construcción de la realidad. Esto no
es otra cosa que la negación de toda referencia a la realidad como algo
independiente del observador. Es la idea
de que la realidad está supeditada a la observación misma. Esta concepción, en
gran medida, ha encontrado su sustento en el llamado constructivismo. El
constructivismo postula que la realidad es una construcción de significaciones.
Para el constructivismo la realidad en sí misma pierde sentido para privilegiar
el papel que el individuo cumple en la propia percepción de la realidad. En su
versión más individualista podemos destacar el enfoque de Jean Piaget; mientras
que en la visión culturalista, podemos apreciarlo claramente bajo el concepto
de intersubjetividad.
No
negamos
el papel imprescindible que el lenguaje juega en la comprensión de la
realidad, sino las conclusiones que de ésta importancia han sido
extraídas. Aunque la realidad es una construcción lingüística, en vista
de que es
el lenguaje el mediador entre la realidad y la mente, ello no
implica que todas las construcciones lingüísticas reflejen la realidad
con el
mismo grado de acercamiento, aún cuando determinada concepción pueda ser
compartida por un número mayoritario de individuos. Esto se debe a que
el nivel
de acercamiento con respecto a la realidad no está garantizado por la
construcción lingüística, sino por la evidencia que podemos encontrar en
apoyo a
determinada visión de la realidad expresada lingüísticamente.
3.-
Desconfianza hacia los llamados “metarrelatos”; es decir, hacia las visiones
totalizadoras sobre la realidad.
La
desconfianza hacia los llamados “metarrelatos” se sustenta en el hecho de que
estos presentan una visión totalizadora sobre la realidad. Esta visión
totalizadora expresa, para los postmodernos, la imposición de ciertas formas de
vida, y por ello, la proscripción de otras formas alternativas de vivir.
Los
teóricos de la postmodernidad centran su reflexión en la realidad, pero entendida
como construcción. Es decir, renuncian a comprender o explicar la realidad como
independiente del observador. La realidad objetiva es ininteligible; por ello
solo tiene sentido a nivel de las significaciones que se han construido en
torno a ella. La realidad es así diferente de lo real. Lo real es lo
independiente del observador y la realidad es una construcción lingüística
respecto de lo real; pero no es lo real. Lo real es inaccesible e
ininteligible, pues es lo que está más allá de lenguaje.
A
continuación pasaremos a examinar cada una de los planteamientos señalados,
para apreciar sus alcances más importantes.
1.- Con
respecto al primer fundamento, referido a que la verdad es relativa diremos lo
siguiente:
La
verdad, como consenso, ciertamente es relativa en la medida en que pueden
surgir distintos consensos sobre la realdad, incluso contrapuestos. Pero ello
no es suficiente para negar que la realidad objetiva exista; es decir, para
plantear que la realidad depende del observador. Aunque el “principio de incertidumbre
de Heissemberg” deja en claro que el observador influye en la información que
se puede obtener del comportamiento de un electrón, ello no permite asegurar
que el electrón existe solo cuando es observado. Ello sería, ciertamente el fin
de la Física como una ciencia. Plantear ello sería lo mismo que decir que el
Big Bang ocurrió cuando el hombre pensó por primera vez en que ocurrió.
Ciertamente el lenguaje es contextual y los juegos del lenguaje son representaciones
de la realidad en la vida social, pero ello no implica, de ninguna manera, que
la realidad sea los juegos del lenguaje. Tampoco implica que el lenguaje sea,
en ninguna forma, la realidad misma.
2.-
Si bien es cierto que el lenguaje es el único medio en que la realidad puede
ser representada por la mente, ello no implica que el lenguaje sea la realidad
misma. A partir de éste planteamiento se ha sugerido que como toda la realidad
es imposible de conocer, explicar y transformar fuera del lenguaje, entonces la
realidad misma, como independiente del observador, no tiene sentido, y que, por
lo tanto, esta no existe.
La posición
postmoderna olvida que si bien es cierto que el lenguaje es fundamental para
toda representación de la realidad, la evidencia empírica juega un papel
fundamental en su construcción. La razón moderna tiene, en la evidencia
empírica, uno de sus fundamentos más importantes. En éste sentido el lenguaje
organiza la evidencia empírica dándole organicidad para producir una imagen
verosímil de la realidad: Pero en ningún caso implica que toda construcción lingüística que ofrezca
una imagen organizada de la realidad, como puede ser el caso de cualquier
conjunto de dogmas se refiera a la
realidad.
En
este sentido, diremos, que si bien es cierto que la imagen de la realidad es
una construcción y que Piaget tiene razón al señalarlo, también es cierto el
hecho de que hay explicaciones de la realidad más consistentes y veraces que
otras y que la medida para determinar ello está es la evidencia empírica y la
consistencia lógica de las diferentes visiones que se ofrecer sobre la
realidad.
3.-
La desconfianza hacia los que los intelectuales postmodernos llaman “metarrelatos”
es injustificada. La razón por la cual sostenemos esto es que los relatos
totalizadores no son malos por ser totalizadores sino por no responder a la
evidencia empírica o a los rigores de la lógica. Las visiones totalizadoras,
como las particulares deben ser rechazadas en la medida en que no pueden
explicar satisfactoriamente los hechos o fenómenos.
Los
totalitarismos y la intolerancia no son expresión de la razón, sino del uso
ideológico que se ha hecho de la razón. Del uso que se ha hecho de la ciencia
para convertirla en instrumento de poder y justificación de un orden
determinado. Este fenómeno no es privativo de la modernidad, sino que más bien
podemos rastrearlo en todas las sociedades humanas.
La consecuencia
más importante que se puede extraer del conjunto de premisas sobre las que se
sostiene el discurso postmoderno es que la preocupación por el conocimiento de
la realidad, no tiene sentido. Es menester advertir que en este caso estamos
utilizando una definición de la realidad como aquello que existe con
independencia del observador; es decir, como realidad objetiva. La realidad, al
ser construcción individual e intersubjetiva mediada por el lenguaje y al ser
lo existente inaccesible sin el lenguaje; se convierte en un asunto al cual no
se puede acceder. De ello solo resulta la imposibilidad de comprender la
realidad tal cual es y por ende, la inviabilidad de determinar que
representaciones de la realidad son mejores que las otras, conduciendo esto a
un Nihilismo epistemológico.
El
Nihilismo epistemológico radica en el hecho de que todas las visiones sobre la
realidad -ante la imposibilidad de acercarnos de manera objetiva a lo
existente, con prescindencia del observador u observadores-, son igualmente
aceptables. Así, el conocimiento racional de la realidad, base de la cultura
occidental, ocupa el mismo lugar en el orden de prelación de las visiones sobre
la realidad que el mito, la superstición, la religión o cualquier otra forma de
representación de la realidad que no está sometida a los criterios de
validación que la evidencia empírica o la consistencia lógica otorgan.
A
manera de conclusión
En
este sentido, y a manera de conclusión, diremos que la llamada corriente
postmoderna puede tener razón al momento de reivindicar la importancia de la
diversidad, de las distintas formas de representación de la realidad. Sin
embargo, se equivoca, al plantear que todas las visiones sobre la realidad
tienen el mismo estatuto de verdad, pues no todas ellas reflejan, en la misma
medida, la realidad. Independientemente del consenso que puedan tener ciertos
discursos sobre la realidad, ello no implica, de ninguna forma, que sean la
expresión de la realidad. Sostener ello es una falacia conocida como “ad
populum”. El respeto y la tolerancia hacia las diversas formas de
representación de la realidad forma parte del sustento que el sistema
democrático exige, pero en ningún caso, debe significar la relativización del
conocimiento al punto de colocar a la ciencia,-la más acabada expresión de la
cultura occidental-, al mismo nivel que cualquier superstición o superchería,
pues ello entraña la destrucción del fundamento primigenio de la cultura
occidental: la razón. Así, la idea de racionalidad, ampliamente divulgada por
los intelectuales postmodernos, termina cubriendo, bajo su manto protector, a
un amplio conjunto de expresiones que atentan contra la Razón, fundamento
primero de la cultura occidental. Por ello, sostenemos que la llamada corriente
postmoderna, ante la ausencia de un planteamiento gnoseológico y epistemológico
no representa una transformación, desarrollo o etapa superior de la llamada
modernidad, sino un discurso que erosiona los fundamentos de la cultura occidental.
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