El ser histórico: sujeto-objeto de la historia
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.(Antonio Machado, “Proverbios y cantares”)
Por: Daniel Loayza Herrera
La historia es curso,
devenir ininterrumpido. Es el devenir del propio hombre. La historia no es un
derrotero pre-establecido por donde transita el hombre hacia un final
determinado; sino un camino que se hace con las acciones humanas.
El hombre no tiene esencia,
su ser es solo devenir. No tiene esencia porque no responde a entes que guíen
su pensamiento o conducta ni a un plan establecido. Las conductas humanas
responden esencialmente al mundo que rodea al hombre, a las circunstancias que
debe enfrentar día a día. Pero estas circunstancias no determinan
necesariamente la forma en que un hombre va responder a ellas. Esto ocurre
porque es el propio hombre el que convierte el espacio y el tiempo que le toca
vivir en circunstancias, en conciencia de su propia existencia en relación al
mundo. La conciencia le ofrece al hombre la oportunidad de no ser solo objeto
de su propia existencia, sino la de ser sujeto, observador y actuante frente a
lo existente.
¿El
hombre, como individualidad, es sujeto u
objeto de la historia?
La filosofía occidental,
especialmente desde la modernidad ha construido la idea de que el curso de la
historia es el objeto de la reflexión histórica y de que el observador de ese
curso es el sujeto de la historia. Esta es, ciertamente, una visión mecánica de
la historia, que, desde el principio,
obvia el papel central que el hombre juega en su devenir; es decir en la propia
historia. La historia, como curso del devenir del propio hombre, no puede ser
entendida sin él. La esencia de la historia es el propio hombre, no existe
fuera de él. Pero la historia, como tal, requiere en dos elementos indesligables
y fundamentales: el hombre pensante y el hombre actuante. Tanto el hombre
pensante como el hombre actuante responden en última instancia al hombre
existente; es decir, al hombre en el espacio y en el tiempo.
Partiendo de esta idea
diremos que las diferenciaciones ontológicas entre el objetivismo y el
subjetivismo son, sencillamente, poco útiles pues desligan dos aspectos
interdependientes. El hombre, en resumen, es praxis humana. La praxis humana
es, así, existencia, conciencia, proyecto y acción humana. La historia es
únicamente humana porque no es sino la praxis del hombre.
El hombre, así, no es
exclusivamente sujeto u objeto de la historia: es ambos. Su circunstancia
(Tiempo y espacio) le imponen, al no tener esencia, las condiciones para la
existencia, pero para una existencia a la que no está ciertamente condenado.
Sobre esa realidad objetiva puede y debe construir un proyecto que le permita
transformarse a sí mismo y a la realidad circunstancial.
Son estas condiciones
espaciales y temporales circundantes las que se pueden definir como realidad objetiva.
No hay otra forma de definir la objetividad pues esta no existe,
históricamente, sin el sujeto que la vive, que la observa y la procesa. Así, en
la historia, la separación entre el objeto observado y el sujeto observador no
solo es infructuosa, sino que tampoco tiene sentido.
La historia es imposible sin
la conciencia histórica. Sin conciencia histórica es solo un conjunto de hechos
incomprensibles y sin significación alguna. Así, la historia es racional porque
el devenir se nos presenta en la conciencia como racionalizada. Pero la
historia, como conciencia histórica es intencional. La intencionalidad el eje
fundamental sobre el que gira tanto la conciencia histórica como el propio
curso de la acción humana, que modela los acontecimientos que dan lugar a la
historia.
En éste sentido, el sujeto
histórico, el hombre, es su propio y fundamental objeto de la historia, la
materia prima que se transforma a sí misma. Esto es por que los hombres no
actúan en la historia, son la historia misma. La historia no es sino la
conciencia del hombre sobre su propia praxis. La historia, así, comprende tanto
a la circunstancia espacio-temporal que le toca vivir al hombre, como al hombre
intencionado en ella, que la percibe, la interpreta, la racionaliza y la
transforma transformándose a si mismo. No tiene sentido, por ello, ninguna
reflexión ontológica sobre la historia, pues esta carece de esencialidad.
Al carecer el hombre de
esencialidad, no existe ningún proyecto pre-establecido, previo a su propio
ser. Por ello, la historia, a su vez, no tiene un curso pre-determinado sobre
el cual el hombre pueda tener alguna confianza con respecto al futuro.
Esta orfandad obliga al
hombre a hacerse cargo del mundo, de enfrentarlo y afirmarse en él a través de
un proyecto humano. De poder sobreponerse a esta orfandad fundacional, para
construirse a sí mismo. Así, la razón, como productora de la conciencia
histórica, es una conquista del hombre, de un hombre que se sabe arquitecto de
su existencia y por ende de la historia misma.
La tradición filosófica
occidental, a través de la separación entre el objeto y el sujeto histórico, ha
fracasado en el objetivo de determinar el lugar que el hombre ocupa en la
historia. La separación irreconciliable entre el sujeto y el objeto ha
producido una confusión en la comprensión de la historia que hasta el día de
hoy ha llevado incluso a problemas fundamentales para definirla.
La
conciencia histórica como un nivel superior de la conciencia del hombre
La historia es la praxis
humana. No es el camino que transita el hombre; es el hombre mismo que solo tiene
la condición de tal en este transito. La
historia solo es posible desde la
conciencia de humana sobre su propio devenir, sobre su propia existencia como
producto de su conciencia y acción. En este sentido, la conciencia histórica
implica, necesariamente, el reconocimiento del hombre sobre su orfandad
esencial, sobre la inexistencia de un proyecto pre-establecido de antemano para
él. Ante la inexistencia de un proyecto esencial al hombre, y sobre la base de
su comprensión sobre las posibilidades de transformarse a su mismo, el hombre
se convierte en plenamente consciente que es un sujeto y, a la vez, objeto, de
la historia.
La conciencia histórica,
así, deviene en la comprensión del propio hombre como sujeto-objeto de la
realidad. El hombre se comprende a sí mismo como el único sujeto-objeto en lo
existente. La historia deja de ser un objeto porque no tiene vida propia,
carece de esencialidad, para pasar a ser un espacio de transformación del
propio hombre.
La ciencia histórica, en su
pretensión de comprender la historia tal cual es, independientemente de
observador, ha fracasado. Esto ha ocurrido porque la historia es el hombre
mismo, la praxis humana, pero la praxis consciente. Los hechos del hombre,
entendido como ser biológico, previos a toda conciencia de su devenir, no son
sino hechos humanos. Es la preocupación que la ciencia histórica muestra por
ellos lo que los transforma en historia, en conciencia de la praxis.
La historia es curso,
devenir ininterrumpido. Es el devenir del propio hombre. La historia no es un
derrotero pre-establecido por donde transita el hombre hacia un final
determinado; sino un camino que se hace con las acciones humanas.
El hombre no tiene esencia,
su ser es solo devenir. No tiene esencia porque no responde a entes que guíen
su pensamiento o conducta ni a un plan establecido. Las conductas humanas
responden esencialmente al mundo que rodea al hombre, a las circunstancias que
debe enfrentar día a día. Pero estas circunstancias no determinan
necesariamente la forma en que un hombre va responder a ellas. Esto ocurre
porque es el propio hombre el que convierte el espacio y el tiempo que le toca
vivir en circunstancias, en conciencia de su propia existencia en relación al
mundo. La conciencia le ofrece al hombre la oportunidad de no ser solo objeto
de su propia existencia, sino la de ser sujeto, observador y actuante frente a
lo existente.
La
conciencia histórica como un nivel superior de la conciencia del hombre
La historia es la praxis
humana. No es el camino que transita el hombre; es el hombre mismo que solo tiene
la condición de tal en este transito. La
historia solo es posible desde la
conciencia de humana sobre su propio devenir, sobre su propia existencia como
producto de su conciencia y acción. En este sentido, la conciencia histórica
implica, necesariamente, el reconocimiento del hombre sobre su orfandad
esencial, sobre la inexistencia de un proyecto pre-establecido de antemano para
él. Ante la inexistencia de un proyecto esencial al hombre, y sobre la base de
su comprensión sobre las posibilidades de transformarse a su mismo, el hombre
se convierte en plenamente consciente que es un sujeto y, a la vez, objeto, de
la historia.
La conciencia histórica,
así, deviene en la comprensión del propio hombre como sujeto-objeto de la
realidad. El hombre se comprende a sí mismo como el único sujeto-objeto en lo
existente. La historia deja de ser un objeto porque no tiene vida propia,
carece de esencialidad, para pasar a ser un espacio de transformación del
propio hombre.
La ciencia histórica, en su
pretensión de comprender la historia tal cual es, independientemente de
observador, ha fracasado. Esto ha ocurrido porque la historia es el hombre
mismo, la praxis humana, pero la praxis consciente. Los hechos del hombre,
entendido como ser biológico, previos a toda conciencia de su devenir, no son
sino hechos humanos. Es la preocupación que la ciencia histórica muestra por
ellos lo que los transforma en historia, en conciencia de la praxis. .
La historia del hombre, en
strictu sensu, no empieza con la aparición biológica del hombre sino con la
toma de conciencia, por parte de este, de su historicidad: con la conciencia
histórica. Pero luego, ante el surgimiento de la preocupación del hombre sobre
su pasado, estos hechos humanos son historiados. Es decir, los hechos humanos,
aquellos actos humanos desprovistos de conciencia histórica, no pertenecen a la
historia en sí misma. Pero al aparecer una preocupación histórica con respecto
a estos hechos, al producirse una comprensión de estos hechos por parte de la
conciencia histórica, estos hechos se transforman en historia.
El hombre alcanza la
consciencia histórica cuando va más allá de la conciencia sobre lo
inmediatamente necesario para garantizar la sobrevivencia. Solo la conciencia
histórica le permite arribar a una comprensión de sí mismo, que engloba tanto
su pasado como su presente y futuro, en torno a un proyecto consciente,
orientado a transformarse a sí mismo; esto es, a asumirse como sujeto-objeto.
En este sentido, la
conciencia histórica constituye un nivel superior de la conciencia humana. Es
un nivel superior porque solo de ella proviene la convicción del hombre de ser
su propio objeto de transformación. En suma, la conciencia histórica es la
productora de la historia misma, en el contexto de la praxis humana.
La historia del hombre, en
strictu sensu, no empieza con la aparición biológica del hombre sino con la
toma de conciencia, por parte de este, de su historicidad: con la conciencia
histórica. Pero luego, ante el surgimiento de la preocupación del hombre sobre
su pasado, estos hechos humanos son historiados. Es decir, los hechos humanos,
aquellos actos humanos desprovistos de conciencia histórica, no pertenecen a la
historia en sí misma. Pero al aparecer una preocupación histórica con respecto
a estos hechos, al producirse una comprensión de estos hechos por parte de la
conciencia histórica, estos hechos se transforman en historia.
El hombre alcanza la
consciencia histórica cuando va más allá de la conciencia sobre lo
inmediatamente necesario para garantizar la sobrevivencia. Solo la conciencia
histórica le permite arribar a una comprensión de sí mismo, que engloba tanto
su pasado como su presente y futuro, en torno a un proyecto consciente,
orientado a transformarse a sí mismo; esto es, a asumirse como sujeto-objeto.
En este sentido, la
conciencia histórica constituye un nivel superior de la conciencia humana. Es
un nivel superior porque solo de ella proviene la convicción del hombre de ser
su propio objeto de transformación. En suma, la conciencia histórica es la
productora de la historia misma, en el contexto de la praxis humana.
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