El INDIVIDUO Y LA MASA

Por: Daniel Loayza Herrera.


El yo y el otro

Se ha impuesto la no comunicación, el no diálogo, la negación del “otro” y la creencia de la afirmación del yo que no es otra cosa que el nosotros. El problema no es el no poder entender al otro sino el no querer hacerlo. La molestia que despierta todo aquel que se atreve a ver y sentir las cosas de distinta manera, que piensa que “otro mundo es posible”, que quiere construir otra cotidianeidad. Todos ellos son silenciados. Sobre éstos y sus ideas sólo quedan dos posibilidades: o son silenciados bajo amenaza, la mayor parte de las veces velada; o se hace de cuenta que no han dicho nada, que estos no existen, que estas ideas están “fuera de lugar” y que por lo tanto no tienen ningún espacio ni importancia. Su insistencia los puede convertir en incómodos. La comunicación, vista desde esta perspectiva es sólo una ilusión o una aspiración. Es una incomunicación.

La comunicación así planteada es un proceso selectivo en el cual se decide escuchar al otro, tergiversar lo que el otro dice o simplemente hacer de cuenta que nada se dijo porque quien lo dijo no existe. La comunicación es un medio de intercambio, pero también de afirmación y negación. No siempre busca la afirmación del otro sino la del yo, que en la mayoría de los casos es el nosotros. Esto es de un yo que aparentemente habla a título individual, pero que en realidad a través de él habla la colectividad, lo instituido, el sistema, la masa.


La hermenéutica aborda la problemática de la interpretación del discurso del otro, pero ha olvidado el factor de la negación del otro. El no querer entender al otro es el mejor medio para negarlo. En este sentido, no hay hermenéutica que valga. Negarse a entenderlo es la mejor forma de no conocerlo. Así planteadas las cosas, la acción comunicativa `planteada por Habermas se nos presenta como una vana ilusión.

El otro, a través de lo que dice, puede subvertir el orden. Ello nos atemoriza, nos puede demostrar cuan frágiles somos y lo es el mundo que hemos construido. Eso que nos aterra no puede ser visto de frente ni escuchado en el gesto y las palabras del “otro”. Ese “otro” se nos presenta como una sombra, como una molestosa presencia y testimonio de que algo que nos produce horror enfrentar está ahí. Ese “otro” al que no queremos ver ni escuchar es para nosotros una sombra, una figura oscura, pero también transfigurada de la real, siempre desproporcionada y que nos da la certeza de que tenemos razón al no quererlo ver ni escuchar.

¿Cuándo escuchamos y vemos al otro?

Si el otro dice lo mismo que nosotros lo escuchamos. La comunicación es posible. Si nuestras ideas son confirmadas, queda probado que son ciertas y que el mundo del cual formamos parte realmente existe Ese otro ya no es sombra porque es nosotros.

Individuo y masa

El individuo se siente seguro siendo parte de la masa. Esto significa tener la certeza de que ellos y nosotros somos lo mismo, que no vamos a ser destruidos, convertidos en sombras.

Nos aterra igualmente la posibilidad de que tengamos apariciones simplemente ensombrecedoras, que no seamos vistos ni escuchados. Nuestra condición de homo organizacional desaparecería. Es mejor decir lo que todos dicen y callar lo que todos callan, hacer lo que hacen y evitar realizar lo que también omiten hacer los otros. En síntesis, la masa nos da seguridad, paradójicamente es la forma de ser vistos como individuos.

El individuo será tal únicamente si está dispuesto a no ser más que la masa. La masa es hoy la fuerza más poderosa, que a través del silenciamiento del “otro” se afirma a sí misma y obliga a individuo a tener terror de ser sólo una sombra indeseable y proscrita de toda vida social. La masa gobierna el conjunto de la vida social y de ésta manera la psíquica del hombre. El hombre afirma su identidad en la masa; pero una individualidad que no pasa de ser la forma particular en que la masa se ha instalado y gobierna su ser.

El pertenecer a la masa y las respuestas afirmativas que ésta nos da nos confirma que nos conducimos bien. La negativa y el silencio nos asustan porque es el anuncio del fin. La masa es nuestro espejo, nos sentimos bien si en ella nos reflejamos de manera agradable.

La masa nos controla desde lo psíquico. Este es el nuevo espacio de la dominación. El sentido de la obligación y el deber frente a lo que queremos hacer y a quienes queremos ser son los espacios de confrontación donde se entreteje la trama de nuestra lucha entre nuestra aspirada individualidad y la masa. La masa es conciencia colectiva avasalladora, impronta hegemónica, cuya presencia invade lo público y lo privado.

La individualización del hombre es su único camino a su liberación, pero este no se realiza por el terror que tiene a dejar de ser masa, a no pertenecer más a su empresa, club, familia, etc.

La masa y la economía

El mercado es uno de los espacios más importantes de la masa. El mercado es la fuerza todopoderosa que regula la existencia de los hombres. Nos permite existir socialmente, es decir dejar de ser sombras y pasar a ser escuchados y vistos, así como estar conformes con nuestra condición de masa. Nos promete la realización de nuestra individualidad al hacernos creer que nosotros tomamos las decisiones de compra, que nuestras decisiones son racionales y por lo tanto somos individuos. Sin embargo, no podemos dejar de consumir lo que compra la masa, eso podría indicar que pensamos diferente, nos convertiría en sombras, dejaríamos de ser vistos y escuchados. Es mejor adquirir lo que el mercado decide y usarlo como ha sido prescrito por él para poder estar protegidos. Consumir lo que el mercado ofrece nos hace parte de la masa, confiables, por ello estaremos seguros de ser escuchados, de existir.

Lo que usamos nos convierte en masa. Hoy el problema de la mercancía no reside en el valor de cambio de ésta; sino en su valor de uso. Es necesario superar las tesis de Marx a partir del reconocimiento de que el consumismo es el resultado de la lucha constante que tenemos por no dejar de ser masa. Es el valor de uso una atribución que la masa como conciencia colectiva le atribuye a cada bien y el que determina la necesidad de poseerlo y adquirirlo. El valor de uso ha devenido en la capacidad que el bien tiene para hacernos seguir perteneciendo a la masa, para seguir siendo escuchados y vistos, para no pasar a ser sombras. La masa crea el valor de los objetos y nosotros estamos obligados a confirmarnos como parte de ella consumiéndolos.

La masa está inundada de la racionalidad económica, de una racionalidad instrumental en la cual los individuos son los instrumentos. Somos instrumentos de la eficiencia, debemos estar dispuestos a servirle; de lo contrario, pasaremos a ser simples sombras incómodas que no serán vistas ni escuchadas. Las organizaciones sociales que dicen perseguir esta eficiencia tiene el derecho de exigirnos un pleno acomodo a este principio, de otra forma dejaremos de ser masa.


El poder y el silenciamiento

Las ideas contrarias a la masa no se rebaten, se silencian. Los individuos sólo pueden ejercer su existencia social si están dispuestos a ser licuados, engullidos por la masa.

La capacidad para adquirir cosas e ideas nos permite ser masa. Hacer nuestras las ideas imperantes nos protege, nos permite cruzar el umbral, nos hace confiables. Es mejor creer que no creer en la masa.

El miedo se impone a la disidencia. No queremos ser autónomos, es mejor aceptar ser manejados por la dinámica de la masa.

El poder de la masa, expresado en las organizaciones que le dan vida y la refuerzan, como son las empresas y el estado no necesitan justificarse ni disfrazarse. Hoy se nos presenta desnudo y terrenal. El miedo ha ocupado el lugar de la ideología. El actual es un poder desideologizado. La ideología comportaba un discurso racional y cómo tal podía ser desmantelada críticamente. El miedo tiene un componente íntimo y profundamente irracional. No importa cuantos argumentos podamos ofrecer contra el orden existente y cuantas personas nos den la razón; las cosas no cambiarán mientras no se derrote al terror que nos produce la posibilidad de dejar de ser masa, de ser individuos autónomos.

El poder de la masa está en lo cotidiano. En la empresa, la escuela, el supermercado, etc. Se instala en nuestro miedo a dejar de vivir como siempre lo hemos hecho, como masa. Queremos seguir pensando como la masa porque queremos seguir viviendo como ella.

La discusión y la polémica han desaparecido. Son un síntoma del temor de descubrir al “otro”, o de que los otros descubran al “otro” en nosotros. De que los demás piensen que pensamos igual que ellos y nos conviertan en sombras. Hoy el control proviene del miedo, de aquella sensación de fragilidad que nos produce la menor disidencia.

La liberación del ser humano no provendrá de una elevación de la razón convertida en conciencia de clase o de cualquier otra cosa; sino en primer lugar de descubrir que la imagen monstruosa que el “otro” proyecta sobre nosotros no es él sino sólo su sombra. Esto es estar realmente dispuestos a no tener miedo a cambiar nuestra cotidiana forma de vivir.

Comentarios

QANTU ha dicho que…
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