El misterio del valor de uso y su importancia en el capitalismo contemporáneo

Marx, en su preocupación por develar la lógica del capitalismo dedicó sus últimos años y sus máximos esfuerzos a su obra cumbre: “El capital”. La esencia de la dinámica del capitalismo que el gran pensador alemán estudió concienzudamente partió de la mercancía.

La mercancía fue identificadamente por Marx como la esencia de toda la lógica de las relaciones capitalistas, y su valor de cambio, como el misterio que habría de permitir la comprensión cabal de la explotación obrera en los tiempos que él estudio.

Para el análisis de la mercancía, el viejo Marx partió del análisis del valor-dinero de la mercancía. Para ello hizo una clara diferenciación entre el valor de uso y el valor de cambio. Nos presentó a la expresión del valor de cambio, es decir, el valor-dinero como la máscara bajo la cual se oculta la auténtica naturaleza del valor de cambio de un bien, es decir el trabajo socialmente necesario en producirlo. Esto le permitió presentar con claridad a la clase obrera como la auténtica creadora de valor en la economía, de igual manera a la ganancia como la expresión de la plusvalía y, por ende, de la explotación capitalista.

El fetichismo de la mercancía era la consecuencia del ocultamiento de la auténtica naturaleza de la mercancía en cuanto a su valor de cambio, que la envolvía en el tema del dinero, sin percibir el del trabajo, para Marx su auténtica naturaleza. El trabajo en Marx es lo único que permite reducir a un denominador común los valores de los productos para efectuar el intercambio, base del sistema mercantil.

Sin embargo, y debido a sus preocupaciones intelectuales y políticas, dejó intocado el tema del valor de uso de las mercancías. No hizo ningún aporte fundamental al entendimiento de su naturaleza e importancia en el modo de producción capitalista, conformándose con la explicación burguesa, anterior a él, que sostenía que el valor de uso era básicamente la capacidad de un bien, en éste caso una mercancía, para satisfacer una necesidad.

Marx en el análisis del intercambio desarrolló con precisión las diferencias fundamentales entre las diversas etapas de este, expresadas en las fórmulas M-D-M y D-M-D.

La primera corresponde a una relación en la cual los productores buscan fundamentalmente satisfacer sus necesidades y, eventualmente y debido a la división social del trabajo, se ven forzados a intercambiar sus productos por otros con el fin de satisfacer sus propias necesidades con bienes que ellos no producen. Estos bienes en su naturaleza no son mercancías, sino que más bien diremos que se realizan momentáneamente como tales en el proceso de intercambio.

El segundo modelo, D-M-D´, representa una situación distinta de la anterior, en la cual el bien ha sido creado desde su origen para ser mercancía. Pues su objetivo no está en la satisfacción de una necesidad por parte de su productor, como ocurre en el primer caso, sino en la ganancia. Este segundo modelo entraña una lógica económica completamente distinta al primero, pues permite entender el origen de la acumulación originaria de capital. La satisfacción de las necesidades por parte de la mercancía pasa a un segundo plano, para dar paso a la ganancia. La ganancia se convierte así en la lógica del comportamiento económico, en un fin en sí mismo.

La ganancia, dentro de la lógica de Marx, es la expresión metamorfoseada de la plusvalía, es decir del valor del trabajo no retribuido al obrero. Sin embargo, y aceptando esta tesis, debemos precisar que ésta, dentro de la lógica del capitalismo, debe producirse de manera indefinidamente ampliada. El capitalista no busca sólo la ganancia, sino que ésta de paso a ganancias cada vez mayores. Todo ello implica que el mercado al cual se dirigen los bienes y servicios debe ser cada vez mayor. Dicho de otra manera, que sus ventas crezcan de manera permanente e ininterrumpida. Esto es, que aumente permanentemente el consumo.

En el modelo M-D-M el intercambio se produce por la existencia de una o más necesidades insatisfechas. Pero en el modelo D-M-D´ y su dinámica de permanente expansión, no es posible esperar que las necesidades se hagan presentes, es necesario y preciso, crearlas con el fin de impulsar el consumo y de esta manera asegurar las ganancias.

El valor de uso de la mercancía, entonces sufre una metamorfosis. Deja de estar al servicio de la satisfacción de las necesidades para orientarse a la generación de ganancias. Desde el punto de vista de su valor de uso, y apreciando a la mercancía como un producto individual, se nos presenta simplemente como el bien que satisface necesidades. Sin embargo, y recogiendo el enfoque de Marx, consistente en apreciar la producción mercantil como un producto social, como un sistema de producción, podemos apreciar que su capacidad para satisfacer necesidades es irrelevante en comparación con la capacidad que pueda tener para ser vendida, es decir para ser mercancía.

Para que el capital pueda desarrollarse de manera ampliada las ventas deben producirse de manera ininterrumpida. No es importante que las personas tengan necesidades insatisfechas, basta con que crean tenerlas para que sigan comprando. El valor de uso de una mercancía tiene sentido si se puede vender, ya que para ello fue creada.

Entonces la capacidad que tenga un producto para satisfacer una necesidad, depende más de la creencia del comprador de que lo necesita, de que realmente sea así. No existe ninguna razón valida para una persona adquiera una coca cola cuando tiene la auténtica necesidad de ingerir líquido para vivir, ya que su necesidad está referida fundamentalmente al agua y no a la coca cola.

La mercancía, bajo su forma moderna, sólo encuentra sentido y existencia en un modelo capitalista creador permanentemente de necesidades. Es decir, el sistema crea una ideología favorable al consumo, consistente en la creencia en la necesidad de adquirir determinado tipo de producto y luego, ofrece la mercancía que satisface éste.

Diremos entonces que la lógica del capitalismo contemporáneo se nos presenta incompleta en el análisis de Marx, y que más bien es pertinente entender que el valor creado por los trabajadores, de acuerdo a la lógica de “El Capital”, no puede realizarse sin el factor consumo en permanente expansión.

Así, el capitalismo contemporáneo no se sustenta exclusivamente en la lógica de la ganancia, pues la inversión no tendría espacio de realización si el consumo no existiera. La lógica del capitalismo contemporáneo es consumo-ganancia. Esto lo han entendido muy bien los estudiosos del marketing, preocupados por “satisfacer al cliente”.[*]

El capitalismo contemporáneo, cómo todo sistema social, requiere de un sustento ideológico que le dé dinamismo y que oculte su naturaleza. La ganancia y el consumo no sólo son elementos importantes de la lógica económica del capitalismo contemporáneo sino también ideologías muy bien instaladas en la mente de masas consumidoras-productoras.

El afán por la ganancia, en el capitalismo contemporáneo, no sólo se legítima, sino y fundamentalmente lo hace en sí misma. Hasta el presente no ha requerido No ha requerido de un discurso racional y contrastable que la sustente. Forma parte del corpus ideológico fundamental del capitalismo que al no sustentarse en razones busca no ser cuestionado con ningún discurso argumental y racional alternativo. Es el sustento irracionalidad del capitalismo.

El dicho “Se produce para ganar dinero” exitosamente instalado en las mentes, se oculta bajo el mistificado discurso de la “satisfacción de las necesidades”. El sistema moderno se presenta como interesado en la “satisfacción del cliente”, pero inmediatamente el cliente ha comprado le interesa la insatisfacción del cliente que lo lleve a comprar otra vez una lavadora, cocina, automóvil, televisor o celular, aunque no lo necesite.

De esta forma la capacidad para satisfacer una necesidad que tiene una mercancía es lo menor importante en el contexto de un sistema que vive de la insatisfacción permanente que cree compradores compulsivos que aseguren las ganancias.

El consumismo es la otra cara de la moneda. Sólo consumiendo ininterrumpidamente se puede satisfacer necesidades. Estas aparentes necesidades se presentan como reales. Las mercancías consumidas brindan satisfacciones momentáneas y pasajeras a necesidades cambiantes. “El comprar produce felicidad” y el “me lo llevo todo”, este último, slogan de un conocido mall capitalino,1 son un pequeña muestra de lo dicho. El teléfono celular que recién ha aparecido en el mercado se convierte en la nueva necesidad. Es necesario comprarlo, aunque el que se tiene todavía funcione y esté en perfecto estado. El automóvil del año, aunque el que se tenga esté en perfecto estado con solo dos años de antiguedad, es otra necesidad apremiante. Los millonarios gastos publicitarios no son sino la confirmación de lo dicho. El consumismo es igualmente una expresión de la irracionalidad, pero funciona y genera muchos millones y eso, en la lógica del capitalismo, es suficiente para legitimarlo.

El valor de uso de la mercancía oculta en las necesidades su auténtica naturaleza. Ha trasmutado para convertirse en el valor simbólico de lo adquirido. Produce placer en la compra misma y rápidamente este se desvanece para dar lugar a la focalización en el nuevo producto publicitado. La moda es una de las industrias más rentables del mundo que vive de la satisfacción de comprar prendas de vestir de manera permanente y de la temprana obsolescencia de éstos artículos que de manera programada es digitada con el fin de impulsar nuevas ventas, Es igualmente un fetiche hay que hay que exorcizar y arrancarle el demonio ideológico que lleva dentro.

La ideología del consumo es la que hace posible que la explotación del trabajo encuentre su forma más sublimada. Ya no es necesario hacer la guerra para justificar la esclavitud, o mantener bajo condición servil a miles de personas para asegurarnos su fuerza de trabajo. Lo único que necesitamos es presentarle a la masa consumidora, a través de la publicidad, la gran cantidad de mercancías que deben comprar, decirles que con ellas serán felices, para que estén dispuestos a trabajar más con el fin de alcanzar el objeto deseado así como para pagar sus tarjetas de crédito con la que hacen realidad su sueño de ser ciudadanos. Ya no es necesario forzar a la masa a que trabaje..

El consumo da status. Lo que consumimos le dice a la sociedad, por nosotros, si hemos alcanzado el éxito o fracasado. Una buena ropa de marca y un automóvil del año hablan más que mil palabras. Lo que consumimos dice si somos auténticos ciudadanos o si sólo vamos a votar cada cinco años. La ciudadanía no es hoy el disfrutar de derechos políticos, sino más bien el grado en que podemos consumir todo lo que se nos ofrece en el mercado.

Esta nueva lógica de la explotación es mucho más efectiva y oculta. Entre trabajar al compás de los azotes y sentir la satisfacción de adquirir todo lo que se nos ofrece, aunque sea a costa de trabajar para simplemente pagar lo que se debe, hay una gran diferencia.

Así se cierra el círculo del modelo capitalista de explotación. Explotación que ya no empieza en el trabajo como lo creía en viejo Marx, sino en la televisión, el cartel publicitario, el periódico, la escuela, la familia y en las frustraciones que lleva a los individuos a buscar en la explotación laboral la satisfacción pasajera que el consumismo les puede ofrecer, asegurando al sistema una fuerza de trabajo que permita su reproducción ampliada.


[*] Para los estrategas del marketing la satisfacción del cliente, es decir de sus necesidades a través de las mercancías es fundamental puesto que su mirada es la de la mercancía o negocio como elemento individual. Por su ubicación social no les es posible apreciar el fenómeno a nivel social, dando cuenta de que las necesidades son fabricadas por un sistema que busca incrementar sus ganancias por medio de las ventas. Pero si esto ocurre lo justificarán a través de la ideología de la ganancia.

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