PANDEMIA, CIENCIA Y POSTMODERNIDAD: UNA REFLEXIÓN EPISTEMOLÓGICA
Resumen
El presenta
artículo es una crítica de la crítica que la corriente postmoderna ha realizado
de la ciencia, en especial, de su negativa a aceptar su estatus como la forma
más objetiva de describir y comprender la realidad, pretendiendo reducirla a un
discurso más. Para ello se han planteado los fundamentos sobre los cuales se ha
construido el discurso postmoderno y se los ha confrontado con la realidad de
la pandemia del covid 19. Se ha llegado a identificar que los postulados
epistemológicos de la corriente postmoderna son inconsistentes desde el punto
de vista fáctico, no pasando de ser una mera corriente ideológica que busca una
justificación moral a partir de algunas trampas lógicas.
Palabras clave: Ciencia,
objetividad, postmodernidad, realidad, verdad
Abstract
The present
article is a critique of the criticism that the postmodern current has made of science,
especially of its refusal to accept its status as the most objective way to
describe and understand reality, trying to reduce it to one more discourse. For
this, the foundations on which the postmodern discourse has been built have
been raised and confronted with the reality of the Covid 19 pandemic. The epistemological postulates of the postmodern current have been
identified as inconsistent from the point of view of Factual view, not going
from being a mere ideological current that seeks a moral justification from
some logical traps.
Keywords: Science,
objectivity, postmodernity, reality, truth
Génesis
del discurso postmoderno
La pandemia del virus covid 19 que el mundo está
padeciendo en estos momentos no solo es un tema de salud. Los complejos problemas derivados de la
necesidad de enfrentarla han abierto varios frentes de reflexión que alcanzan a
los ámbitos económico, social y político, cuyo derrotero aún aparece algo
borroso; pero que, sin embargo, es posible ir dilucidando.
Uno de esos frentes es el
filosófico, específicamente el epistemológico.
La epistemología, a lo largo del siglo XX, adquirió una importancia
nunca antes vista en la reflexión filosófica. Diversas corrientes se disputaban
la interpretación correcta sobre el papel que le cabía a la ciencia como fuente
de conocimiento válido, además, sobre la cuestión de en qué condiciones el
conocimiento científico podía darse.
Estas corrientes, influenciadas fundamentalmente por el positivismo, le otorgaban a la ciencia un estatus especial y superior frente a otras formas de conocimiento como, por ejemplo, las tradiciones, las creencias y las representaciones del mundo, como consecuencia de la creación intersubjetiva.
Los grandes logros científicos de
la primera mitad del siglo XX, como fueron, por ejemplo, la teoría de la
relatividad de Einstein o la física cuántica, que se expresaron el logros
tecnológicos, antes no imaginados, como la energía nuclear y la conquista del
espacio, ubicaron a la ciencia en una posición indiscutible. Sin embargo, hacia la primera mitad del siglo
XX empezaron a surgir voces que cuestionaron el lenguaje científico, planteando
que la ciencia no necesariamente era un reflejo de la realidad, que la realidad
se nos muestra como el resultado de un lenguaje organizador.
Esta corriente que cuestionó la
ciencia, la Razón moderna, la objetividad y el estatus de verdad
científica fue bautizada, en 1979, por el filósofo francés Francois Lyotard,
como postmodernidad.
El pensamiento postmoderno, como cuestionador de la ciencia y la objetividad, se gestó desde el siglo XIX. La filosofía de Nietzsche fue, en este sentido, su iniciadora al cuestionar toda objetividad y al reducir todas las interpretaciones de la realidad a la condición de meros discursos al servicio de la constitución y legitimación del poder. Ya en el siglo XX, diversos aportes, como los de la filosofía de Ludwig Wittgenstein, en su obra Investigaciones filosóficas, planteaba una revisión de nuestra concepción del lenguaje, sosteniendo que el lenguaje lógico no podía dar cuenta de la realidad objetiva. Reemplazó dicha concepción, hasta ese momento imperante, por la de un lenguaje que surge como relación intersubjetiva, que es situacional y contextual, lo que llamó los juegos del lenguaje.
Esta nueva corriente de
pensamiento cuestionadora de la ciencia, de la posibilidad de que se pudiera
alcanzar la objetividad, recibió diversos aportes, entre los que destacan la gramática
estructural de Ferdinand de Saussure y el psicoanálisis lacaniano.
Jacques Lacán, el padre de la corriente francesa del psicoanálisis, o lacaniana, hizo un aporte fundamental para estructurar el discurso de lo que más adelante sería llamado el discurso postmoderno: la distinción entre lo real y la realidad. Para Lacan lo real es inaccesible a la mente humana y debemos conformarnos solo con la realidad. La realidad, para Lacan, era la representación simbólica de lo real, intermediada por símbolos. El ser humano está condenado a construirse una imagen simbólica de la realidad, por tanto, la realidad en sí misma (Lo real) era inaccesible puesto que estábamos limitados por nuestros símbolos.
De esta manera, Lacan brindó el fundamento definitivo para la construcción del pensamiento postmoderno, consistente en negar la objetividad de cualquier forma de conocimiento. El pensamiento, visto desde esa perspectiva, al estar limitado por los símbolos, al no ser más que una representación simbólica, devenía en una construcción o discurso sobre la realidad, nada más.
Fue en este contexto convulso, de
cambios sociales y de guerra fría, que emerge la figura de Foucault, quien
centró todo su talento y creatividad en mostrar que la verdad es solo una
construcción discursiva y que esta puede rastrearse, deconstruirse, a través de
lo que él llamó la arqueología, o la investigación sobre cómo una verdad llegó
a ser tal.
Foucault cuestionó la objetividad
de la ciencia, especialmente de la psicología, sosteniendo que solo era un
discurso más, un discurso que había sido impuesto desde el poder y que se
expresaba en conceptos como la locura. De esta manera, Foucault pasó a
convertirse en el intelectual más importante de la llamada corriente
postmoderna.
Foucault, de esta manera, renunció hablar sobre lo real. Se limita a describir y analizar la manera en que la imagen del mundo—la realidad– se construye. Mostró cómo esas imágenes sirven a determinado poder. El filósofo francés hablaba y escribía sobre cómo se representa al mundo. Denunció que la ciencia es solo un discurso más, una expresión del poder que subyuga, que aparta, que somete, que margina; pero, a su vez, renunció a la idea de que sea posible comprender y explicar el mundo objetivo desde la ciencia o cualquier otra forma de conocimiento.
La legitimación del discurso postmoderno
Es preciso observar que si
partimos de los fundamentos del propio discurso postmoderno, este,
necesariamente, tiene que ser un discurso más. Aquí encontramos una aceptación
implícita de que la interpretación que nos ofrece sobre el problema del conocer
también responde a una motivación de poder, que busca el empoderamiento de un
sector o de diversos sectores sociales y, por ende, tampoco puede ser tomada
como una interpretación objetiva de lo que llaman lo real. Es por ello que, desde el último cuarto del
siglo XX hasta el presente, ha pretendido legitimarse desde la esfera moral.
Esta legitimación no ha sido científica, ya que niega la ciencia.
Quienes han defendido y
contribuido a propagar el discurso postmoderno han sostenido que esta forma de
ver el problema del conocimiento– como un conjunto inacabable de discursos,
imposible de pretender, cada uno de ellos, de ser expresión de la verdad
objetiva– ofrece la posibilidad de que los marginados y las minorías tengan
voz, que sus racionalidades sean escuchadas.
Así, el discurso postmoderno se engarza en la idea de sistemas sociales inclusivos, participativos, en los que las
minorías puedan ser integradas a través de lo que ha venido en llamarse la
ética de mínimos.
De esta forma, las corrientes que
defienden el estatus del conocimiento científico como un conocimiento objetivo,
racional, lógico y sustentado en evidencias ha sido tachada como negativa,
perjudicial, marginadora y dominante. En
este marco se ha propuesto la llamada interculturalidad, el diálogo entre
diversas culturas, como la expresión de la convivencia de distintas
racionalidades culturales y discursos, con el mismo estatus desde la
perspectiva gnoseológica.
Bajo esta idea de respeto a las diversas racionalidades se ha llegado a sostener que la realidad es lo que cada uno cree que es; es decir, que cada uno tiene “su verdad” y que esta no es posible cuestionarla desde el punto de vista del conocimiento— porque todos son discursos– ni desde el punto de vista moral, porque ello significaría una falta de respeto, una desvalorización hacia el otro.
La
trampa ilógica del discurso postmoderno
La idea de que es necesario
derrumbar el estatus epistemológico de la ciencia como forma de acercarse a la
realidad objetiva, para que sea posible un diálogo intercultural, es una
construcción meramente ideológica, elaborada desde el discurso postmoderno, que
ha estado encaminado a alcanzar una legitimación social. Es decir, este no ha
sido más que un discurso propagandístico con el fin de derruir las bases
epistemológicas de la ciencia.
Es posible aceptar la necesidad de un diálogo intercultural sin necesidad de afirmar que la ciencia es un discurso más. Es más, es, precisamente, la biología la que nos permite asegurar que el hombre es una única especie, que las diferencias físicas entre los diversos grupos étnicos no entrañan diferencias que permitan clasificar a ciertos grupos humanos como genéticamente superiores a otros. En este sentido, gracias a la biología, a que le atribuimos capacidad de dar cuenta del ser humano, desde un punto de vista objetivo, que podemos decir que todos los hombres son efectivamente iguales y, por tanto, que tienen derecho a gozar de un espacio de igualdad.
Todas aquellas posturas
ideológicas que desconocen este aporte de la biología, que son renuentes a
aceptar la objetividad de la visión biológica del ser humano, que han
pretendido establecer escalas de valoración, superioridad o jerarquía natural
entre los diferentes seres humanos no corresponde al estado en el que hoy se
encuentra la ciencia. Por tanto, mal hacen los defensores de la postmodernidad
en pretender sostener que las ideologías racistas y marginadoras que han
acompañado a algunos científicos corresponden, efectivamente, a la ciencia y
que por ello la ciencia es, sencillamente, un discurso subjetivo más.
Por tanto, como queda evidenciado, la corriente postmoderna no tiene ninguna superioridad moral ni ética, con respecto a la concepción moderna de considerar a la ciencia como el nivel más alto de estructuración de la mente humana, como el nivel más alto de conocimiento objetivo alcanzable por el ser humano.
Es en el terreno de la realidad,
de la práctica concreta, donde las ideas se prueban, se contrastan. Por ello,
pretender descalificar la crítica que el discurso postmoderno ha hecho del
estatus epistemológico de la ciencia sería de poca utilidad. Sería contraponer
unas ideas a otras sin ninguna referencia a la realidad (entendida como lo que
es y no como un discurso más). En este sentido, quienes nos sentimos alejados
de la corriente postmoderna sostenemos que la realidad es cognoscible y que la
ciencia nos ofrece la oportunidad de conocer la realidad. Partamos de lo que
sabemos.
La pandemia causada por la
expansión del virus covid 19 nos ha permitido conocer algunas cosas que, hasta
el momento, son indiscutibles:
1.– El virus existe.
2.– El virus existía antes que
los médicos se percataran de su existencia.
3.– El virus se expande a gran
velocidad.
4.– Hay muchas personas que han
sido infectadas por el virus y que son asintomáticas.
Pasemos a examinar aquello que
conocemos. Hemos afirmado que el virus existe. Cuando decimos que el virus
existe nos preguntamos si el virus está en la imaginación de las personas, o
fuera de ella.
Para saber si el virus es
producto de la imaginación de las personas, o no, nos hacemos la siguiente
pregunta: ¿si la gente no hubiese sido informada que el virus existe, si se
hubiese ocultado la información, igual la gente se hubiese infectado? La
respuesta es sí. Entonces, podemos afirmar que existe una realidad fuera de
nuestra mente, que no depende de ella y, por tanto, que sí existe la realidad
objetiva.
Hemos afirmado que el virus
existía antes que los médicos se percataran de su existencia. Es decir, que el
virus no apareció como consecuencia de que el médico chino Li Wenliang se
percató de él, sino que se percató de él porque el virus existía. Esto refuerza
la idea de que la realidad objetiva existe.
En el punto tres hemos afirmado que el virus se expande a gran velocidad. Es preciso advertir que esta expansión no se genera por la creencia de que uno se ha contagiado, sino porque las gotitas portadoras del virus viajan desde una persona infectada otra que no lo está. Por ende, en la transmisión del virus no tiene ninguna importancia lo que la persona o las personas crean, es decir, “su verdad”. El virus se transmitirá sin importar cuál sea “la verdad” que tengan las personas, lo que piensen al respecto. Por tanto, “su verdad” no es la verdad, es tan solo su creencia.
La realidad no es lo que la gente cree que es, sino lo que
es.
Resuelta esta cuestión viene la siguiente pregunta:
¿Todas las formas de conocimiento son igualmente valiosas,
es decir, son igualmente capaces de comprender la realidad, es decir, meros
discursos?
Para resolver esa pregunta es preciso, primero, responder la
siguiente pregunta:
¿Todas las formas de conocimiento
nos brindarán la misma posibilidad de vencer al virus?, esto es, ¿ la biología
y el chamanismo cuentas con las mismas posibilidades de encontrar una cura o
vacuna frente al virus?
Es evidente que la única
alternativa de vencer a este virus está en el campo de la investigación
científica. Pero, ante ello, surge otra
pregunta ¿por qué podría la investigación científica vencer la virus? Porque la
vacuna partirá de un conocimiento real sobre la estructura y comportamiento del
virus. Si la ciencia no pudiese tener un conocimiento objetivo de la naturaleza
le sería imposible crear una vacuna. Sin embargo, la innumerable cantidad de
vacunas existentes para diversas enfermedades nos permiten asegurar que la
ciencia sí puede conocer la realidad tal cual es.
Si algún defensor de la postmodernidad,
luego de presentada esta evidencia, se niega a aceptar la concreción y los
alcances de la ciencia, solo quedará pedirle que en mérito a sus creencias si
alguien de su familia enferma por el coronavirus o él mismo enferma que no se
ponga en manos de médicos, sino de curanderos o, mejor aún, que crea que está
sano para que realmente lo esté.
Bibliografía
FOUCAULT, M (2015) Historia de la locura en la época clásica.
Vol I y II. México: Fondo de Cultura Económica.
(2005) Las palabras y las cosas. México: Siglo
XXI.
LACAN; J (2005) Escritos. Vol I y II. México: Siglo XXI
LYOTARD, J (2019) La condición postmoderna. Madrid:
Cátedra.
NIETZSCHE; F (2019) Más allá del bien y del mal. Barcelona:
Fontana Ediciones.
WITTGENSTEIN, L (2017) Investigaciones filosóficas. Madrid:
Editorial Trotta.
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