Hume y Marx: dos visiones sobre la moral

 

Los pensamientos de Hume y Marx sobre la moral de alguna forma resumen el lugar y momento que les tocó vivir. Pese a ello es posible establecer un paralelismo entre ambos. Hume vivió durante el siglo XVIII. Nació en 1711 y murió en 1776. Eran tiempos en los que la gran ola de convulsiones sociales que estremecerían Europa, iniciadas en 1789, aún no eran previsibles. Por su parte, Marx, nacido en 1818 y muerto en 1883, tuvo que vivir una época agitada, explosiva en términos económicos y sociales, donde una pléyade de intelectuales cuestionaban ácidamente un orden burgués que parecía tambalearse al compás de las luchas populares, especialmente en Francia, y que hacían previsible su expansión por todo el continente.

Hume fue el filósofo que brindó algunas de las más importantes ideas que servirían para justificar plenamente el orden burgués, un orden que para él encarnaba la civilización; mientras que Marx se sentía el sepulturero de ese orden, el anunciador de su inexorable final. Es que todo orden para erigirse necesita de una fundamentación ética: pero también se requiere de esta para sepultarlo definitivamente. No es posible que un orden social sea superado prescindiendo de esta condición ideológica, de esta justificación intelectual, que anima a los hombres a mostrarse en un bando o en el otro.

Para Hume el orden burgués era la expresión de la superación del salvajismo, del individualismo y de los sentimientos egoístas. Era la civilización expresada en un orden moral, nacida de la imparcialidad de las reglas sobre las cuales los hombres pueden valorar los actos humanos. Para Marx, en cambio, el orden capitalista había logrado enormes triunfos en el desarrollo de las fuerzas productivas, había conquistado el progreso, generado una riqueza nunca antes vista; pero, a la vez, era la expresión de un orden social clasista que la burguesía había conquistado en su propio beneficio y, por tanto, de ninguna manera encarnaba la “imparcialidad moral” que le atribuía Hume.

Hume consideraba que la vida social generaba la necesidad de construir un orden que esté por encima de los intereses, apetitos y, acaso, las pasiones humanas. La superación del salvajismo, con la instauración de la civilización garantizaba ese orden moral. Eran estas las condiciones en que las pasiones y las emociones podían dar paso a los sentimientos morales. Hume no fue ajeno a la reflexión social. Tampoco lo fue frente a una reflexión antropológica que luego, en el siglo XIX, sería planteada por Lewis Morgan en los mismos términos, acaso influenciado por las ideas del filósofo escocés. Al respecto, Hume,  sostuvo lo siguiente:

Parece que es cierto, tanto por la razón como la experiencia, que un salvaje tosco y sin ninguna enseñanza regula principalmente su amor y su odio mediante las ideas de utilidad  y perjuicio privados, y no tiene sino concepciones débiles de una regla general o sistema de conducta. Odia con todo su corazón al hombre que está frente a él en la batalla, y no solo en el mismo momento, algo que es casi inevitable, sino para siempre; y no queda satisfecho sin la venganza y el castigo más extremados. Pero nosotros, acostumbrados a la sociedad y a reflexiones de más alcance, consideramos que este hombre está sirviendo a su propio país y a su comunidad; que cualquier hombre en la misma situación haría lo mismo; que nosotros mismos en circunstancias parecidas nos comportamos de una manera similar; que, en general, la sociedad humana se mantiene mejor sobre tales máximas; y, mediante estas suposiciones y consideraciones corregimos en cierta medida nuestras pasiones más toscas y estrechas ( citado por Espinoza, 2005, pp. 24- 25). 

 

Sin embargo, debemos mencionar que Hume no concibió la existencia de clases sociales, mucho menos su impacto en el orden social. Hume va a encarnar una visión del Derecho y del Estado como instituciones que están por encima de los intereses y de las pasiones particulares y, por tanto, portadoras de una postura moral civilizatoria que hacía posible la vida social.

Por su parte, Marx consideraba, bajo el influjo hegeliano, que todo orden social debe ser racional, pero que esa racionalidad es histórica, no eterna ni inmutable. Para Marx la racionalidad de las sociedades estaba sometida a la dinámica de la dialéctica, del cambio y la transformación continua producida por el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. En ese sentido, Marx reconoce las virtudes y bondades de la expansión capitalista, a la que considera provechosa en la medida en que ha contribuido a alcanzar el progreso. Marx, -para sorpresa de algunos- en este sentido, exalta el capitalismo y sus logros sin precedentes en la generación de riqueza, en su fuerza civilizatoria: La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario” (Marx,  2019, p.15).

Sobre la fuerza revolucionaria del capitalismo, Marx (2019, p.16) escribió lo siguiente:

La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social.  Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente.  La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes.  Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces.  Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.

En este sentido parece acercarse a la postura de Hume, a la valoración positiva del orden burgués. Sin embargo, Hume y Marx vivieron dos momentos distintos del desarrollo capitalista. El primero no vio sus contradicciones, sino, principalmente, su fuerza para generar riqueza; el segundo, vio las enormes desigualdades, las insoportables disparidades sociales que hacían estallar conflictos sociales y políticos por toda Europa. .

Marx, pese a reconocer la enorme importancia y fuerza civilizatoria del capitalismo, haciendo posible que se alcance el progreso y creando, por primera vez, las condiciones para que la humanidad alcance el bienestar, consideraba que el sistema capitalista tenía una contradicción económica fundamental que lo convertía, para el siglo XIX, en un sistema irracional ( Engels, 1975): la contradicción entre la creación de valor y la distribución del valor creado. Esta contradicción no era otra que la explotación capitalista que llevaba implícito el germen de su propia destrucción. Marx no se opuso al progreso, al dominio del hombre sobre la naturaleza alcanzado por el capitalismo. Todo lo contrario, lo consideraba tan beneficioso que sostuvo que el socialismo y el comunismo solo serían posibles a condición de desarrollar, más aún, las fuerzas productivas de la sociedad.




Mientras Hume consideraba que un orden moral garantizado por el derecho y el Estado era suficientes; Marx pensaba, junto con los anarquistas, que el Estado era un aparato represor, expresión de una sociedad de clases. Consideraba que el Derecho no implicaba una superación de los sentimientos egoístas y que más bien expresaba los intereses de una clase sobre otra. La moral que representaba el Derecho, de esta manera, era una moral de clase, no era la auténtica superación de los intereses sino la instrumentalización de estos.

Para Marx, sin embargo, es posible alcanzar el estadio en el cual se pueda lograr un estado de plena moralidad: cuando el hombre pueda disfrutar de la riqueza que crea, cuando supere la alienación económica, cuando sea el que pueda gozar del valor creado por su trabajo.

Pese a la diferencias notorias entre Hume y Marx se puede apreciar que ambos consideraban que el estadio de plena moralidad racional era alcanzable; aunque es preciso mencionar que esa visión de pleno diálogo y entendimiento para el primero corresponde a la sociedad capitalista; mientras que para el segundo resulta, precisamente, de la destrucción del capitalismo.

Para Hume el estado moral, entendido como un orden racional, se alcanza a través de las relaciones sociales reguladas por el Derecho y el Estado (Pereira, 2009). Para Marx, en cambio, el estado moral, como expresión de la racionalidad, solo podía lograrse a condición de eliminar la irracionalidad económica fundamental del sistema capitalista: la alienación del trabajo.

 

FUENTES DE INFORMACIÓN

 

Espinoza, F (2005). Una teoría Habermasiana de la teoría moral de Hume. En: López, G (coord.) David Hume: nuevas perspectivas sobre su obra. Ediciones de La Universidad Castilla- La Mancha. Cuenca.

Guerrera del Amo, J (2005). La razón correctora: el papel de las reglas generales. En la inferencia causal. En: López, G (coord.) (2005) David Hume: nuevas perspectivas sobre su obra. Ediciones de La Universidad Castilla- La Mancha. Cuenca.

 

ENGELS, F (1975) Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. En: Marx y Engels. Obras escogidas. Editorial MIR- Moscú.


Marx. K  (2019) El manifiesto comunista. Editorial Verbum. Madrid.

 

Pereira, F (2009) David Hume: Naturaleza, conocimiento y metafísica. Ediciones Universidad Alberto Hurtado. Santiago de Chile.

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