Reflexiones sobre la economía social de mercado en el Perú
El marco
constitucional
En el Perú las cartas políticas
de 1979 y de 1993 definieron nuestro régimen económico como el de una “economía
social de mercado”. Ello, visto de manera superficial, nos lleva a pensar que,
fundamentalmente, nuestro régimen económico es el mismo en ambas constituciones.
Sin embargo, una mirada más atenta a ambas cartas políticas nos lleva a
percatarnos de que existen notorias y sustanciales diferencias, asociadas a la
participación del Estado en la economía y la relación entre este, la libre
iniciativa privada y el mercado.
Así, mientras que en la
constitución de 1979 el régimen económico se caracteriza por la asignación al
Estado de un papel protagónico en la economía, la planificación, la propiedad
de las empresas y la oferta de servicios, en un contexto en que existía control
de precios por parte del Estado; en la constitución de 1993, en cambio, el
papel del Estado se reduce a un rol subsidiario, a ser garante de la
estabilidad de la reglas de juego del mercado, al aseguramiento de la libre
iniciativa privada, la competencia y a participar en la oferta de servicios
solo en los casos en los que la actividad privada no lo haga.
La razón de que ambas cartas
políticas difieran diametralmente en la manera en que diseñan un régimen
económico para el Perú estriba en que nacen de dos procesos opuestos. Mientras
la Constitución de 1979 nació de las reformas de Velasco; la Constitución de
1993 es la expresión de la voluntad política de desmantelar las reformas de
Velasco. Esta oposición está centrada, fundamentalmente, en la relación entre
el Estado y el mercado.
La construcción de la llamada economía social de mercado en el Perú.
Los orígenes de la llamada
“Economía Social de Mercado” están asociados a la corriente económica
denominada Ordoeconomía, desarrollada teóricamente en la Universidad de
Friburgo durante las décadas de 1920 y 1930. Esta corriente de pensamiento
económico alemán apostaba por valores como la libertad económica y el libre
juego del mercado, pero con una presencia del Estado que asegure alcanzar metas
sociales y no simplemente individuales. Desde la perspectiva de la filosofía
política enarbola los valores de la libertad individual, la propiedad privada y
la economía de mercado, valores propios del liberalismo político y económico;
pero, además, le agrega otros, propios del pensamiento cristiano y de la
sociología alemana- entre los que destaca el aporte de Max Weber-, como son la
familia y la existencia de grupos e intereses sociales.
Konrad Adenauer |
En este sentido, la corriente
llamada economía social de mercado se aleja de la concepción liberal ortodoxa
de la sociedad, que la concibe como una simple agregación de individuos, pero
también de la concepción marxista, según la cual, los individuos cobran sentido
ante la sociedad y la historia solo como integrantes de una clase social.
La economía social de mercado,
entonces, no es una política económica, sino más bien una economía política, el
resultado de una forma particular de comprender a la sociedad; donde lo social
y lo individual tienen espacios en el entramado social y, por ende, económico.
Finalizada la segunda guerra
mundial, dividida Alemania y constituida la República Federal Alemana, Konrad
Adenauer, asume el cargo de Canciller de Alemania. Impulsó la implementación de
políticas económicas inspiradas en la escuela económica de Friburgo, su antigua
casa de estudios. Las políticas económicas implementadas por el ministro Erhard
estuvieron encaminadas a promover la libertad económica, basada en la libre
iniciativa privada, pero garantizando que el aparato estatal, a través de sus
instituciones, hiciera posible que el mercado y su desenvolvimiento elevaran el
bienestar general de la población alemana. Esta experiencia fue muy exitosa
gracias a que se sustentó en la elevación permanente de la capacidad productiva
y de la productividad del trabajo. De esta manera el Estado Alemán pudo
garantizar los ingresos necesarios para financiar las políticas sociales que
hicieron posible la consolidación de un modelo social sustentado en el
bienestar general y el bien común.
En el caso del Perú la economía
social de mercado ha transitado por un derrotero distinto. Nuestro país, a inicios del siglo XX, tenía un
estado débil, cuando no ausente. Un país difícilmente comunicado, con una
geografía difícil y en algunos casos, inaccesible. La amazonia cuyo espacio
geográfico estaba por ser conquistado aparecía ante nuestros ojos como una
región alejada de los asuntos nacionales. Los andes estaban dominados por
latifundistas y gamonales que ejercían el auténtico poder local, única
representación del Estado en aquellas lejanas regiones. En la costa una
oligarquía empeñada en obtener la más alta rentabilidad de sus inversiones
azucareras e inmobiliarias, entre otras, pero que vivía de espaldas al Perú
ancestral y andino. El Estado peruano, en suma, no representaba nuestra
dimensión territorial ni nuestra complejidad social.
Frente a esa compleja realidad social,
económica y políticamente, caracterizadas por la exclusión, surgen nuevas
opciones políticas en el Perú: el aprismo y el socialismo marxista. Ambas
identificaban a las diferencias sociales y a la falta de Estado como los dos
mayores males que aquejaban a la sociedad peruana. Ambas corrientes, durante la
década de 1930 se disputaron la vanguardia del movimiento social de
transformación, planteando la nacionalización de la producción nacional, la
planificación estatal de la economía, el fortalecimiento de la presencia del Estado
en la regulación de la economía y la implementación de masivas políticas
redistributivas.
José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. |
La oligarquía peruana no tenía el respaldo popular, pero estaba dispuesta a luchar por mantener el control político y económico del país. Para ello apoyaron y auspiciaron a personajes, principalmente militares, que defendieran sus intereses y que le disputaran el capital político al APRA y al comunismo a través de medidas de corte populista, como las impulsadas por Sánchez Cerro, Benavides y Odria. En otros casos, apoyando candidatos civiles, conservadores, que no pusieran en peligro el statu quo, como en el casi de Prado.
La implementación de algunas políticas
liberales durante el gobierno de Odria y de Prado no permitieron reducir las
desigualdades ni garantizaron el desarrollo del país. De esta forma, para la
década de 1960, el debate entre aquellos favorables al mercado y pro-Estado
estaba plenamente vigente. Así como en las décadas de 1920 y 1930 se culpaba de
la desigualdad, la pobreza y el atraso a
la falta de Estado; en los años 60´s se entendía que la aplicación de políticas
liberales en el Perú- es decir, la falta de Estado- era la causa de la crisis
económica, la falta de desarrollo y la desigualdad.
Pero esta vez, a diferencia de la
décadas de 1930, 1940 y 1950 el ejército consideraba que el contexto
internacional revolucionario y su amenaza sobre el Perú no podrían ser
plenamente enfrentados si no se realizaban reformas estructurales, las cuales
necesariamente debían ser realizadas desde el Estado.
Velasco encabezó el golpe militar
contra Belaúnde. Lo derrocó un 03 de octubre de 1968 e inició lo que se llamó
“El Gobierno Revolucionario de las FFAA”. Se orientó a la transformación de las
estructuras sociales desde el Estado a través del cambio en el sistema de
propiedad de la tierra a través de la reforma agraria, la creación de la
comunidad industrial, la nacionalización de las empresas extranjeras y la
férrea planificación estatal de la economía. Velasco, en suma, implementó gran
parte de las transformaciones enarboladas por la izquierda y por el APRA
auroral desde la década de 1920´s.
Juan Velasco Alvarado |
La experiencia de
una economía estatizada no rindió sus frutos. Las políticas redistributivas
impulsadas por Velasco no evitaron las crecientes disparidades sociales. El
endeudamiento externo aumentó, el programa de desarrollar una pujante industria
nacional no se produjo, trayendo como consecuencia que para la mitad de la
década de 1970 las reformas exhibían su agotamiento. Ello se expresó en el crecimiento,
desarrollo y radicalización del movimiento sindical de izquierda, así como el
éxito de sus masivas movilizaciones que expresaban el creciente descontento
popular. Todo ello dio paso a la convocatoria a elecciones para una Asamblea
Constituyente, reunida entre 1978 y 1979.
En las elecciones para dicha
Asamblea, Acción Popular no se presentó, de forma tal que tres bloques bien
definidos conformaron la Asamblea: El APRA, el Partido Popular Cristiano y la
izquierda. Pese al fracaso de las reformas velasquistas y la creciente protesta
popular, la interpretación de aquella crisis era de que las reformas no tenían
marcha atrás. Políticamente era inviable un retorno a las formas en que el Perú
había vivido hasta 1968. La izquierda en el Perú consideraba que la crisis solo
podría ser superada con el paso directo hacia el socialismo. En suma, la
interpretación preponderante era que la crisis se debía a que aún faltaba más Estado.
El APRA estaba entrampado políticamente, pues muchas de las reformas de Velasco
habían sido enarboladas por Haya de la Torre desde la década de 1920, quien se
esforzó, además, por demostrar su paternidad ideológica con respecto a dichas
reformas y, por tanto, no estaba en capacidad de maniobrar políticamente hacia
una liberalización de la economía. Por su parte el Partido Popular Cristiano,
si bien se oponía abiertamente a la experiencia velasquista estaba más
interesado, al igual que el APRA, en cerrarle el paso a la izquierda, antes que
en desmantelar las reformas, para las que no existían condiciones sociales.
De esta forma, la Asamblea
Constituyente materializó la alianza APRA- PPC. El punto de encuentro entre
ambas posturas políticas podía encontrarse en lo cercanas que estaban la economía
del bienestar- de los socialdemócratas, inspirada en la teoría económica
keynesiana-de la “economía social de mercado”, sostenida por los
socialcristianos, pues ambas consideraban que el mercado debía estar regulado
por el Estado.
Asamblea Constituyente de 1978- 1979. |
En el Perú, desde la década de
1920, se había entendido el bien común, como aquello que surgía como
consecuencia de la presencia del Estado, de su planificación, propiedad y
control. La economía estatizada se entendía como orientada hacia lo social y el
desmantelamiento de las reformas de Velasco era, por ello, inviable. Por tanto,
en la Constitución de 1979 se entendió la economía social de mercado como el
mantenimiento de las reformas operadas en el Perú entre 1968 y 1975.
La década de 1980 abrió paso a
dos regímenes democráticos. Entre 1980 y 1985, bajo la presidencia de Fernando Belaúnde;
entre 1985 y 1990, bajo la presidencia de Alan García. Fernando Belaúnde, en
términos económicos, creía en el libre mercado, aunque no era propiamente “un
liberal”. Su primer gobierno fue interrumpido por el golpe de Velasco y estaba,
además, en contra de las reformas que este impulsó. Acción Popular, pese a la
alianza gobiernista que mantuvo con el PPC, lo que le aseguró la mayoría en
ambas cámaras, no intentó desmantelar el aparato estatal heredado del
velasquismo. Así el enorme y burocrático Estado creado por Velasco se mantuvo incólume
durante el gobierno de Belaúnde. Por su parte, Alan García, quien gobernó entre
1985 y 1990, pertenecía al ala izquierda del APRA, a la facción de Villanueva
del Campo. Su discurso político era más concordante con el del Haya joven.
Identificaba al imperialismo como el principal factor de atraso del país junto
con la necesidad de tener más Estado, ante la falta de una “clase dirigente
empresarial peruana”
.
Desde antes de su gobierno el
APRA tendió puentes con la izquierda, relación que se mantuvo durante gran
parte de su gobierno. García apostó, nuevamente, a un mayor control estatal de
la economía y una mayor participación del Estado como empresario y regulador.
Las consecuencias económicas de su gestión fueron catastróficas, experimentando
el país, cuando menos, la situación económica más grave de las vividas en el
siglo XX.
La crisis generalizada que vivía
el país durante el gobierno de García produjo una propuesta política que
apostaba por el libre mercado dentro de un marco democrático: la propuesta del
Fredemo, liderado por Mario Vargas Llosa. Esta propuesta se centraba en la
férrea crítica a la participación del Estado en la economía, a las regulaciones
de precios, del tipo de cambio y a la propiedad empresarial del Estado. Mario
Vargas Llosa planteaba insistentemente la necesidad de modernizar el Estado
como condición para alcanzar el desarrollo, desvinculándose con esto de otras
experiencias de políticas liberales en el Perú. Sin embargo, contra todos los
pronósticos, Vargas Llosa fue derrotado por un hasta ese entonces desconocido y
bisoño político: Alberto Fujimori.
Fujimori ganó las elecciones con
un discurso vago, centrado en tres frases: tecnología, honradez y trabajo. Su
apuesta estratégica electoral fue la de oponerse a la propuesta de Vargas
Llosa. Así logró capitalizar el voto de todas las fuerzas que seguían apostando
por una economía estatista, principalmente el APRA y la izquierda, así como la
de un ya caudaloso sector que se sentía desengañado de todos los partidos
políticos, a los que veían como los causantes de la crisis.
Una vez en el poder, Fujimori
empezó a implementas sus reformas de corte neoliberal. Liberalización del
control de precios, políticas de ajuste presupuestario y fiscal, privatización
de empresas públicas, reforma de la legislación laboral. En suma, Fujimori
desmanteló las reformas de Velasco. Para garantizar la estabilidad de sus
reformas y asegurar su propio proyecto político personal reeleccionista, además
de acabar con cualquier oposición, dio el golpe de estado del 5 de abril de
1992. De esta experiencia autoritaria nació el llamado Congreso Constituyente
Democrático (CCD), que redactó la Constitución de 1993. La Constitución de 1993
redefinió el régimen económico en el Perú, otorgándole preeminencia a la
actividad privada y relegando al Estado a una participación subsidiaria en la
economía, en lo formal, pero prácticamente nula en lo real.
Alberto Fujimori |
La Constitución de 1993 define al
régimen económico peruano como el de una economía social de mercado. Sin
embargo, en la práctica, el régimen económico en el país estuvo caracterizado
por el de una economía desregulada, donde el Estado abandonó su preocupación
social. El mercado fue entendido como la solución a todos los problemas. Se
había operado un giro de 180 grados con respecto a las reformas de Velasco. Habíamos
pasado de una fe en el Estado a una fe en el mercado, de una centralización en
lo social a otra enfocada en lo individual. De una preocupación en las demandas
sociales a otra orientada y puesta al servicio de grandes grupos económicos.
La experiencia de la
liberalización de la economía peruana se ha prolongado hasta nuestros días. Los
gobiernos que han sucedido a Fujimori hasta el presente han mantenido incólume,
en términos generales, el diseño económico del Perú. Un ciclo internacional
sumamente favorable en los precios de las materias primas, acompañado de
estabilidad macroeconómica, ha permitido el crecimiento económico del país
durante casi una década, generando una elevación en los niveles de bienestar en
el país. Sin embargo, las diferencias sociales persisten. El mercado y el
crecimiento económico no han podido superar las históricas diferencias y
privilegios en el país.
La implementación de políticas pro-
mercado iniciadas durante el gobierno de Fujimori no estuvo acompañada de una
modernización del Estado, de un fortalecimiento de sus instituciones políticas
y administrativas. Al contrario, el Estado mínimo, que proponen los liberales en
el Perú, fue, en muchos casos, Estado inexistente. Fujimori destruyó las
instituciones, desapareció la presencia del Estado en todos aquellos espacios
donde se oponía al afán de lucro desmedido de los grandes grupos económicos.
Esta tarea no fue nada difícil para el Fujimorato pues el país había carecido
de consistencia institucional desde los orígenes de la república.
La debilidad institucional en el
país ha conspirado contra el desarrollo económico. Ha consolidado un sistema en
que la economía de mercado implica la imposición del más fuerte, lo cual ha ido
de la mano de una corrupción creciente y voraz, que se desarrolla y reproduce,
precisamente, al amparo de esa debilidad institucional, en la cual los
intereses individuales permean y destruyen, cuando no adaptan a sus intereses,
a los mecanismos institucionales encargados de velar por un orden social al servicio del bien común.
Reforma del Estado y
economía social de mercado.
Para los “neoliberales” debe
mantenerse el statu quo sin reformas al régimen económico y al modelo; mientras
que para la izquierda el régimen económico consagrado en la constitución vigente
es el culpable de que el sistema esté al servicio de intereses privados y de
que la corrupción se haya generalizado en el país. Nos encontramos ante una
polarización de posturas, ambas, a nuestro entender, equivocadas, pues no
parten de la causa del fracaso de las distintas experiencias tanto de estatismo
como de neoliberalismo.
La experiencia estatista ha fracaso
en el Perú porque un Estado desfinanciado, con escasos recursos, es incapaz de
impulsar niveles de inversión acordes con las necesidades de crecimiento
económico en el país. Porque un Estado burocratizado no es capaz de invertir ni
gastar con eficiencia, mucho menos de emprender los grandes proyectos que el país necesita. Porque una economía que
no permita el libre desenvolvimiento del mercado conlleva sustanciales
desequilibrios económicos y de asignación de recursos que hacen imposible
alcanzar sus fines.
La experiencia neoliberal en el
Perú no ha logrado consolidar el bienestar en el país y el desarrollo porque si
bien garantiza la estabilidad macroeconómica y la inversión privada, los
mercados, en espacios donde existe una ausencia plena del Estado, no redundan
necesariamente en beneficio de la sociedad, sino de particulares o pequeños
grupos económicos. Ante la ausencia de instituciones sólidas el crecimiento
económico y los mercados libres no se reflejan en el bienestar general, sino
solo en el enriquecimiento de pequeños y poderosos grupos económicos.
Una economía social de mercado,
que apuesta por el bienestar social, por la elevación del nivel de vida general
de la población, que entiende que los efectos benéficos del libre mercado no se
producen de manera directa en toda la sociedad sin la participación del Estado,
debe garantizar, para que sus objetivos sean alcanzables, lo siguiente:
1.- Elevación constante en los
niveles de eficacia y eficiencia en el Estado. Ello debe ser alcanzado a través
del desmantelamiento de las barreras burocráticas y del fortalecimiento de las
capacidades gerenciales en los tres niveles de gobierno.
2.- Implementación de políticas
que garanticen la elevación constante de los niveles de productividad en los
diversos sectores de la economía, lo que permitirá una sólida base para la
elevación de los sueldos y salarios.
3.- Profundización de la reforma
Política. Que dote al país de partidos políticos sólidos e institucionales que
garanticen la efectiva canalización de las demandas y aspiraciones sociales,
convirtiéndose en efectivos canales de representación política.
4.- Simplificación legislativa en
el Perú, que derogue el exceso de normas legales, la mayoría de las cuales no
se aplican en el país, porque son ineficaces o hacen imposible la
implementación oportuna de políticas de desarrollo.
5.- Eliminación de las exoneraciones tributarias
que garanticen una recaudación acorde con las necesidades sociales del país.
6.- Fortalecimiento institucional
de la Policía Nacional, La Contraloría General de la República, el Ministerio
Público y el Poder Judicial.
7.- Implementación de políticas
orientadas al desarrollo científico y tecnológico en el país.
8.- incentivo a la libre empresa e
iniciativa privada en el país.
9.- Fortalecimiento de los
organismos reguladores en el país.
10.- Implementación de prácticas
de transparencia en el Estado, a través de medios electrónicos y
fortalecimiento de la democracia a través del gobierno electrónico.
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