El marxismo de Mariátegui: una discusión en torno a su “heterodoxia”


El problema

Alberto Flores Galindo, en su ampliamente difundida obra La agonía de Mariátegui, desarrolló la tesis de que Mariátegui era “heterodoxo”, por ende un pensador original, creativo, anti-dogmático. En dicha obra identifica la “ortodoxia” como dogmatismo, anquilosamiento e incapacidad creativa. Al respecto, mencionó lo siguiente:
Pensar de esta manera a Mariátegui conduce a abolir una cierta imagen del marxismo que lo representa como una genealogía perfecta o una sucesión lineal, en la que luego de la prehistoria del socialismo utópico, Marx genera a Lenin, quien a su vez engendra a Stalin y de allí –por lo menos hasta hace poco tiempo- se deriva Mao. Las imágenes religiosas que enmarcan algunas reuniones de la izquierda peruana evocan repetidamente esta sucesión tan simple como falsa, porque además de anular el conflicto en el desarrollo del pensamiento marxista, acaba marginando y condenando al olvido a pensadores incómodos como todos esos heterodoxos que emergen en la década de 1920: Gramsci en Italia, Panecoek en Holanda, Lukács en Hungría, Korsh en Alemania… En realidad el marxismo más que la imagen de un río evoca una variedad de corrientes diferentes que así como se juntan y engruesan, siguen también rutas nuevas y hasta divergentes. La imagen del marxismo sin fisuras, resumida en la fórmula marxismo-leninismo, nació junto con el culto a Lenin, posterior a la muerte de éste desde luego, y con la finalidad específica de proscribir a Trotsky del pensamiento marxista.
El mencionado historiador consideró que la III Internacional representaba el marxismo “ortodoxo”, lo cual explica el rechazó a las tesis de Mariátegui en el Congreso de Montevideo, de 1929 y que se le haya tachado hasta de “Trotskista”, que era, por aquel entonces, la ofensa ideológica más dolorosa que un miembro de la III internacional podía recibir.

Ante ello surgen varias interrogantes: ¿Qué se quiere decir cuándo se plantea que Mariátegui era “heterodoxo”? ¿Era Mariátegui, efectivamente, leninista? ¿Por qué Mariátegui no acogió las tesis de la III Internacional para el Perú?

Dar respuesta a estas cuestiones son importantes, pues el trabajo de Flores Galindo- al no haberlas resuelto- ha contribuido a dejar una sombra que contribuye a la idea de que Mariátegui era un marxista apegado a las corrientes propias del marxismo occidental, más bien intelectual, y en cierta medida tributario de las tesis de Kautsky y Bernstein, o de la II Internacional.

El presente artículo busca mostrar como el término “heterodoxo”- utilizado por los comunistas latinoamericanos reunidos en Buenos Aires y Montevideo, para rechazar las tesis de Mariátegui-, en realidad no expresa que el pensador peruano se encontraba alejado de las tesis leninistas, es decir ortodoxas; sino, al contrario, que fue, precisamente, el resultado de que Mariátegui fuera leninista. Fue, precisamente el apego de Mariátegui a las tesis leninistas lo que lo alejó de la táctica de “clase contra clase” propuesta por los delegados de la III Internacional para América Latina.

Lenin y Mariátegui

Lenin, desde finales del siglo XIX, hasta el triunfo de la revolución se había preocupado por abordar el problema de la revolución en Rusia desde un punto de vista teórico- práctico. Fue un estudioso profundo del marxismo, pero también un permanente hombre de organización y de agitación. Para Lenin la revolución era un asunto teórico y práctico. Sus trabajos teóricos fueron el resultado de su lucha permanente por lograr que la revolución comunista se cristalice en Rusia. Respondían al combate teórico y programático para esclarecer la estrategia y la táctica revolucionarias. Sus posturas teóricas y políticas  estaban firmemente enraizadas a las condiciones concretas en las que se desenvolvían las condiciones objetivas de la sociedad rusa y del movimiento de masas. Lenin al respecto, en La revolución enseña, mencionó lo siguiente:

Las divergencias existentes en el seno de los partidos políticos y entre ellos suelen superarse no solo discutiendo con argumentos fieles a los principios, sino también por efecto del curso de la propia vida política, y sería más exacto decir que no tanto de la primera forma como de la segunda…”
Recorrer las obras de Lenin permite apreciar el pensamiento del líder revolucionario en relación a las cuestiones concretas que le planteaba la revolución. Eran reflexiones teóricas referidas a problemas concretos. Era la manera en que Lenin  entendía el marxismo, que  para él debía cumplir y apegarse fielmente a la tesis XI sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Lenin buscó siempre, y en todo momento, partir de las condiciones objetivas concretas para, a partir de ahí, plantear estrategias y tácticas revolucionarias. Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en  su obra Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, escrita en 1905:

En países tales como Rusia, la clase obrera sufre no tanto del capitalismo como de la insuficiencia de desarrollo del capitalismo. Por eso, la clase obrera está absolutamente interesada en el desarrollo más vasto, más libre, más rápido del capitalismo. Es absolutamente beneficiosa para la clase obrera la eliminación de todas las reminiscencias del pasado que entorpecen el desarrollo amplio, libre y rápido del capitalismo. La revolución burguesa es, precisamente, la revolución que de un modo más decidido barre los restos de lo antiguo, las reminiscencias del feudalismo (a las cuales pertenecen no sólo la autocracia, sino también la monarquía) y que de un modo más completo garantiza el desarrollo más amplio, más libre y más rápido del capitalismo (p. 39).
Más adelante sostiene:
Por eso, la revolución burguesa es extremadamente beneficiosa para el proletariado. La revolución burguesa es absolutamente necesaria para los intereses del proletariado. Cuanto más completa y decidida, cuanto más consecuente sea la revolución burguesa, tanto más garantizada se hallará la lucha del proletariado contra la burguesía por el socialismo. Esta conclusión puede parecer nueva o extraña, paradójica, únicamente a los que ignoren el abecé del socialismo científico. Y de esta conclusión, dicho sea de paso, se desprende asimismo la tesis de que, en cierto sentido, la revolución burguesa es más beneficiosa para el proletariado que para la burguesía (Lenin, p. 39).
Estas citas no corresponden a un pensamiento inmutable en Lenin, sino a la sustentación teórica del por qué se debería producir una alianza táctica con la vanguardia de la burguesía y la pequeña burguesía, en un contexto en que se produce una revolución democrática burguesa, que el proletariado ruso debería apoyar. Discrepa, Lenin, en ese momento, de los populistas y los anarquistas, cuyas líneas políticas y tácticas, a su juicio, llevarían al fracaso al proletariado en su camino hacia la revolución y toma del poder.

Lenin
Lenin, durante todo el desarrollo de su actividad revolucionaria, siempre fue marxista, su objetivo siempre fue la concreción de la toma del poder y de la transformación de la sociedad por parte del proletariado. A lo largo de la revolución, no dejó de afirmar los fundamentos teóricos del marxismo, a combatir teóricamente aquellos enfoques que desviaban al proletariado de sus objetivos y a desprender, a partir de ahí, las tácticas más adecuadas en función de las condiciones concretas de la sociedad. En suma, Lenin fue un revolucionario, un organizador, un agitador; pero también un teórico, divulgador e ideólogo máximo de la revolución bolchevique, que fue desarrollando su pensamiento al compás del momento revolucionario que le tocó vivir. Dos ejemplos de ello los podemos encontrar en sus Tesis de abril y en El Estado y la Revolución, ambas escritas al calor de la revolución de octubre. La primera de ellas respondió a la necesaria definición política frente a la cuestión de la toma del poder; mientras que la segunda fue una exposición, un desarrollo teórico sobre la forma en que se puede construir el socialismo en Rusia. 

Mariátegui, por su parte, desde su llegada al Perú proveniente del viejo continente, era ya un marxista. Tenía en claro que la revolución proletaria era su objetivo político. Sin embargo, comprendió que las condiciones históricas del Perú hacían inviable una revolución proletaria en nuestro país. Mariátegui siguió la línea establecida por Lenin. Al igual que el líder de la revolución rusa, que estudió a la sociedad rusa y sus cambios como resultado del fin de la servidumbre y la expansión del proceso de industrialización en El desarrollo del capitalismo en Rusia, Mariátegui también emprendió el estudio de la realidad económica y social del Perú, plasmada en los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, entre otra obras.

Mariátegui tenía muy en claro, al igual que Lenin, que todo triunfo revolucionario debería provenir de la aplicación de una estrategia y táctica acorde con la realidad concreta, de sus especificidades y particularidades propias del desarrollo histórico.  Ello llevó a Mariátegui al convencimiento de que en el Perú el socialismo debería construirse “sin calco ni copia”. Sin embargo, ello no le impidió a Mariátegui hacer suya la tesis del capitalismo monopolista en su fase imperialista, tal cual la había desarrollado Lenin. El Amauta, al respecto, escribió lo siguiente:

La época de la libre concurrencia, en la economía capitalista, ha terminado en todos los campos y en todos los aspectos. Estamos en la época de los monopolios, vale decir de los imperios. Los países latinoamericanos llegan con retardo a la competencia capitalista. Los primeros puestos están ya, definitivamente, asignados. El destino de estos países dentro del orden capitalista, es el de simples colonias. La oposición de idiomas, de razas, de espíritus, no tiene ningún sentido decisivo. Es ridículo hablar todavía del contraste entre una América sajona materialista y una América latina idealista, entre una Roma rubia y una Grecia pálida. Todos estos son tópicos irremisiblemente desacreditados. El mito de Rodó no obra ya -no ha obrado nunca- útil y fecundamente sobre las almas. Descartemos, inexorablemente, todas estas caricaturas y simulaciones de ideologías y hagamos las cuentas, seria y francamente con la realidad[1].
Mariátegui, en su mención al idealismo de Rodó - el autor de Ariel-  no hace sino afirmarse en la concepción materialista de la historia y de sus procesos. Niega que los análisis idealistas al momento de caracterizar el fenómeno imperialista en América Latina puedan ofrecer fecundidad alguna. Se adscribe al análisis económico como punto de partida de la comprensión de la realidad social, zanjando con aquellas interpretaciones idealistas.

Mariátegui observó que en el Perú el proletariado era incipiente, escaso en número y aún sin conciencia de clase. El pensamiento anarquista imperaba entre los trabajadores y su organización sindical apenas estaba en desarrollo. Por su parte, en el campo imperaban las relaciones de tipo feudal, a las cuales estaban adscritas las grandes masas en las zonas rurales.

José Carlos Mariátegui
A nivel intelectual, en la década de 1920 emergía un sector de jóvenes, de clase media, que empezaban a cuestionar a la llamada “República Aristocrática”, en busca de ampliar la base política en el país y permitir la incorporación más plena de las clases medias a la vida nacional. El Amauta estableció una colaboración permanente con ellos. Comprendía plenamente sus potencialidades, pero también que apenas estaban liquidando a los intelectuales de la vieja oligarquía peruana, que su madurez política e ideológica aún no había llegado. Es decir, el Perú carecía hasta ese momento de las condiciones históricas de maduración para la existencia de un partido comunista.

Mariátegui, por ello, y al igual que lo hizo Lenin a fines del siglo XIX e inicios del XX, buscó la alianza con los sectores progresistas de la sociedad: pequeño burgueses, principalmente, con el fin de encaminar e impulsar reformas de tipo democrático- burgués; pero no hipotecando su línea ideológica pues era consciente de la importancia de ella en la determinación de las tácticas de trabajo político. Mariátegui, en ese sentido, es que se mostró inicialmente favorable a la Alianza Popular Revolucionaria Americana, APRA, impulsada por Haya de la Torre; sin embargo, postuló que el APRA debería ser un Frente y no un partido. Mariátegui comprendía que la tesis del Frente-partido, propuesta por Haya significaría someter la línea proletaria a la pequeño burguesa, lo que hubiera significado un abandono de su línea marxista- leninista. Ello llevó a Mariátegui, finalmente, a mantener una ardorosa polémica con Haya, que los alejaría políticamente de forma definitiva.

Por su parte, Mariátegui hizo trabajo de base, impulsando la organización y desarrollo de la conciencia de clase al interior del proletariado. Desde la perspectiva sindical fundó la Confederación de Trabajadores del Perú, CGTP. Sin embargo, su trabajo a nivel de la organización sindical no se redujo a la búsqueda de reivindicaciones económicas. No cayó en el “economismo”-  que tanto había combatido Lenin, a nivel teórico y organizativo,  en la primera década del siglo XX- sino que pensó articularlo a nivel partidario. Buscó desarrollar conciencia de clase entre el proletariado. Labor, la publicación clasista destinada al proletariado, se orientó en ese sentido En ese marco, la postura de Mariátegui se ajustaba también a la concepción leninista de la relación entre el partido y el movimiento sindical, en la que el partido debía marcar la línea política bajo a cual debía actuar la línea sindical clasista.
Mariátegui y la Komintern

La Komintern buscó, desde la década de 1920, ejercer su influencia en América Latina. Para ello enviaron cuadros a distintos países de la región. En Argentina se estableció el cuadro bolchevique de origen italiano, nacionalizado argentino, Vittorio Codovilla. Codovilla tenía el encargo de bolchevizar a los partidos socialistas en la región, transformarlos en partidos clasistas, en partidos comunistas,  que desplegaran la táctica de “clase contra clase”, tal cual eran los dictados que venían desde Moscú.
Con el fin de uniformizar la táctica revolucionaria de la Komintern se convocó al Congreso Latinoamericano de Buenos Aires, en 1929. Mariátegui, por problemas de salud no pudo estar presente, enviando a delegados del Partidos Socialista fundado por él el año anterior (1928). Mariátegui comprendía que la línea de la II internacional representaba la línea burguesa, tal cual lo había denunciado y esclarecido Lenin oportunamente, por ello adscribió al Partido Socialista en la III Internacional y buscó la representación de su partido en el Congreso, liderado por Codovilla, principal agente bolchevique en Argentina y organizador del evento.

 Sin embargo, las tesis propuestas por Mariátegui, consistentes en que las condiciones objetivas y subjetivas, esto es, que el desarrollo del capitalismo y del proletariado en el Perú eran incipientes, que el partido socialista hacía poco que se había fundado, que las masas eran básicamente campesinas con nula conciencia de clase y que, por tanto, lo que correspondía en las condiciones históricas del Perú de aquel entonces era un partido que forjara acuerdos amplios con otros sectores para alcanzar una revolución democrático- burguesa y no la fundación de un partido comunista, exclusivamente proletario que desplegara la táctica de clase contra clase, fueron mal recibidas por los delegados bolcheviques. Fueron los delegados bolcheviques los que descalificaron la línea de Mariátegui, tachándola de “heterodoxa”, es decir, de una línea que no se ajustaba a lo establecido por la Komintern.  

La “heterodoxia” de Mariátegui

La llamada “heterodoxia” de Mariátegui no puede entenderse sino en relación a lo que se considera la versión “pura” del marxismo. La Komintern se había instituido como la generadora del marxismo oficial, del marxismo “genuino”. En ese sentido, Mariátegui, al apartarse de los dictados de Moscú, devenía en “heterodoxo”.  Sin embargo, es pertinente advertir que Mariátegui era marxista- leninista, que comprendía el marxismo- leninismo como una teoría revolucionaria que debía partir de las condiciones objetivas de la realidad social. Es decir, Mariátegui percibía al marxismo- leninismo como una teoría viva, no como una fosilizada, de ahí su apuesta creadora.

Pero ello no debe ser interpretado, como han dejado traslucir Flores Galindo y otros tantos, que la heterodoxia de Mariátegui estaba abierta a interpretaciones sociales idealistas en virtud de su apertura intelectual. Ante esa equivocada apreciación debemos mencionar que la interpretación que Mariátegui realiza de la realidad peruana parte de las condiciones económicas y sociales imperantes, evidenciando una perspectiva materialista en la interpretación. Es también cierto que Mariátegui hace una amplia interpretación de diversos aspectos culturales, como lo fue la literatura y lo que llamó “el mito”; sin embargo, ello no implicó una perspectiva idealista en su enfoque de la realidad social; sino solo su renuncia al reduccionismo economicista, al cual fue sometida la teoría marxista, posterior a la muerte de Lenin, por parte de la Komintern.

En este sentido, la oposición que planteó Flores Galindo entre la “ortodoxia” y la “heterodoxia”, ha contribuido a quitarle claridad a la apuesta revolucionaria de Mariátegui, a ensombrecer su confesa filiación marxista- leninista, pues asumió como “ortodoxa” la versión del marxismo propagada por la Komintern en el Congreso de Buenos Aires. En realidad, Mariátegui se muestra como un marxista- leninista que buscó la revolución proletaria en el Perú, pero que la comprendió de acuerdo a las condiciones históricas del país. Al respecto, y con el propósito de aclarar lo que aquí se sostiene, el propio Mariátegui escribió lo siguiente en la carta dirigida a Samuel Glusberg, fechada el 30 de abril de 1927:
(…) Soy revolucionario. Pero creo que entre hombres de pensamiento neto y posición definida es fácil entenderse y apreciarse, aún combatiéndose. Sobre todo, combatiéndose. Con el sector político con el que no me entenderé nunca es el otro: el del reformismo mediocre, el del socialismo domesticado, el de la democracia farisea. Además si la revolución exige violencia, autoridad, disciplina, estoy por la violencia, por la autoridad y la disciplina. La acepto, en bloque, con todos sus horrores, sin reservas cobardes (…)
La apuesta revolucionaria de Mariátegui era una labor de largo aliento, en la que la organización partidaria y sindical, así como ideológica, apenas se estaban iniciando, donde la revolución democrático- burguesa aún estaba pendiente. De la misma forma la entendió Lenin, a inicios del siglo XX, en que destinó sus mayores esfuerzos por derrotar en términos organizativos e ideológicos al populismo, al anarquismo, al economismo y, posteriormente al menchevismo, al interior del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, mucho antes de plantear una táctica de toma del poder, que no vendría sino hasta sus Tesis de Abril, en 1917.

Mariátegui era un marxista- leninista con todo lo que ello implicaba. Buscó la revolución proletaria, la dictadura del proletariado, y para ello hizo un estudio de la realidad económica y social del país, en el marco de las condiciones históricas de su desarrollo. Deslindó con aquellas corrientes que llevaban a desviar el objetivo de construir una conciencia de clase en el Perú, como fue primero el anarquismo y luego el aprismo. Fundó la CGTP con el fin de dotar a la clase obrera de una organización sindical clasista, en el marco de su objetivo de construir el socialismo. Fundó el Partido Socialista con el fin de construir una línea política clasista, pero dentro de la táctica de consolidar alianzas con la pequeña burguesía, en el marco de la necesaria revolución democrático- burguesa en el Perú, como el paso previo a la revolución proletaria.  

1] Citado por Samuel Glusberg, en su artículo En el 10º aniversario de la muerte de José Mariátegui. En: https://www.marxists.org/espanol/glusberg/2.htm. Revisado el 18/01/2020.


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