El complejo de castración: breve historia de las pérdidas territoriales del Perú

Por: Lic. Daniel Loayza Herrera

Es común escuchar decir que nuestro país, desde la época en que se asentó el dominio español hasta la actualidad, ha perdido una gran cantidad de territorio. Se ha creado una especie de ·”conocimiento popular” al respecto eficazmente reforzado por el inconsciente colectivo que los peruanos tenemos con respecto a la guerra con Chile.

La transmisión oral y la escuela han sido eficaces medios a través de los cuales se ha propagado la idea de que nuestro país en algún momento alcanzó la extensión de casi toda Sudamerica, pero que debido a la voracidad de nuestros vecinos, y por supuesto a nuestra condición de víctimas históricas e involuntarias, hemos terminado siendo circunscritos a un “pequeño” territorio de aproximadamente 1´285 000 kilómetros cuadrados. Esta idea ha creado, a nivel de la colectividad peruana, un sentimiento de insatisfacción y de frustración que no solamente recorre lo fundamental del discurso histórico nacional, sino que también daña la autoestima colectiva de los propios peruanos, contribuyendo a generar un injusto sentimiento de inferioridad, con respecto a nuestros vecinos.

Esta visión “popular” y extendida de ver la historia del Perú como una sucesión de mutilaciones se expresa en un discurso que empieza cuando el Virreynato del Perú ( siglo XVI) comprendía prácticamente desde el sur de Panamá hasta la parte más meridional de América del Sur, y que llega hasta el siglo XX, con las pérdidas territoriales ante Brasil, Bolivia, Ecuador y Colombia..

¿Pero será posible pensar que tan extensos territorios realmente fueron peruanos? ¿realmente hemos sido “tan grandes”?. Debemos decir ante todo que nuestro país si bien tiene una historia que se remonta a 14500 años de antigüedad ( los restos de Pacaicasa, Ayacucho), su formación como Perú es muy posterior. Nuestro país es más bien el resultado del choque socio-cultural que apareció como consecuencia de la conquista del Tahuantinsuyo. El Perú tuvo un parto doloroso: la conquista y es a partir de ahí que puede hablarse propiamente de lo que va a conformarse en lo que hoy conocemos como Perú.

Si bien es cierto que nuestro país ha perdido territorios que de manera innegable han sido nuestros, también lo es, que aquellos espacios territoriales que el imaginario popular reclama como pretendidamente peruanos y que supuestamente abarcaron la casi totalidad de los espacios que hoy ocupan nuestros vecinos en realidad nunca fueron nuestros en el sentido moderno del término.

En un principio, debemos recordarlo de la mano del maestro Raúl Porras Barrenechea, el llamado Birú o Piru, voz que dio origen al nombre de nuestro país, comprendía la costa colombiana al sur de Panamá. Fue el territorio del Birú o Pirú hacia donde los españoles de dirigieron en búsqueda del ansiado y rico Tahuantinsuyo, durante los viajes de Pizarro que desembocaron en la conquista del imperio.

Sometido el imperio a los dictados de los españoles y desaparecida la controversia que entre Pizarristas y Almagristas existía sobre la delimitación de sus propios dominios personales, y especialmente a partir de la aparición de las Nuevas Leyes de 1542 es que se puede hablar de la existencia política de un territorio que formalmente, al menos, se llamaba Perú.

El Virreynato del Perú, en un inicio (siglo XVI), comprendía prácticamente toda Sudamérica, a excepción de los dominios portugueses otorgados en virtud del Tratado de Tordesillas de 1494. Sin embargo era esta una expresión política aún en formación, una simple aspiración española de imponer un orden y construir una estructura política colonial que manejara económica, política y socialmente un territorio, que en la mayor parte apenas estaba siendo explorado y que le era mayoritariamente desconocido. En este sentido, no había ni el más remoto sentido de unidad en el espacio que fue llamado simplemente Perú porque estaba al sur de Panamá y estaba sometido al dominio español. Lo que había era fundamentalmente la pretensión de construir una unidad política que garantizara los intereses de España en estas tierras.

Fueron las reformas borbónicas, inauguradas con Carlos III, las que trajeron una nueva demarcación al interior de los dominios españoles en Sudamérica. Así aparecieron el Virreynato de Nueva Granada, en 1739, el Virreynato del Río de la Plata, en 1776, y la Capitanía General de Chile en 1789. Estos nuevos espacios fueron la base sobre la cual se determinarían los territorios de las posteriores repúblicas del siglo XIX en América del Sur.

Hacia finales del siglo XIX no existía sino una vaga idea de lo que era el Perú. Así, los impulsores del Mercurio Peruano, Baquíjano o Unanue, por ejemplo, consideraban al Perú fundamentalmente como una realidad geográfica distinta de España, pero donde no se encuentra una mención clara sobre lo que es el Perú en términos de definición territorial, y por supuesto mucho menos en términos sociales o culturales.

La independencia nos trajo por primera vez la necesidad de determinar que es el Perú en términos territoriales. Los dos elementos que nos sirvieron de base para resolver este primer momento, con nuestros vecinos, fueron los llamados principios de Utti Possidettis y el de la libre determinación. Los territorios correspondientes a cada Virreynato, en 1810, servirían de base para determinar los espacios territoriales que correspondían a cada nueva república.

Nuestro país, al alcanzar la independencia y constituirse en república, heredó extensos territorios que formalmente le correspondían, pero en los cuales jamás se había ejercido

algo parecido a la soberanía. Tuvimos, al iniciar nuestra república, un extenso territorio; pero en el papel. En realidad la presencia del Estado peruano era sólo nominal. Grandes extensiones de territorio eran peruanas sólo porque estaban en el mapa, dicho sea de pasos imprecisos, no existiendo ninguna presencia real de peruanidad ni del débil Estado peruano del siglo XIX.

En realidad, el Perú, durante el siglo XIX, fue un país que miró hacia la costa. La mirada hacia los Andes, donde los ricos depósitos de plata y mercurio generaron el interés político durante la Colonia, fue eclipsada por la aparición del guano en el escenario financiero de nuestro país. El guano y luego el salitre pasaron a ser la nueva esperanza del Perú, pero también su peor condena. Nuestros gobernantes y los sectores sociales dominantes, caracterizados por mirar en el tiempo corto, en lo inmediato y coyuntural no tuvieron el interés y tampoco los medios para peruanizar el Perú, para convertir a extensas zonas que figuraban en el mapa como auténticamente peruanas.

Gran parte de la amazonía estaba aún inexplorada y era absolutamente desconocida para los peruanos, era simplemente inaccesible. La carencia de vías de comunicación, no ofrecía ninguna posibilidad para que el Estado peruano pudiera mantener una presencia siquiera simbólica en aquellas regiones. No olvidemos que fue Raimondi, un científico italiano y enamorado del Perú, el que hubo de explorar y darnos a conocer los recursos, durante la segunda mitad del siglo XIX, de amplias regiones desconocidas para nosotros.

La incapacidad del Estado, durante las primeras décadas del siglo XIX, para tener presencia en el dilatado espacio territorial que heredamos en virtud del Utti Possidettis, además de otros factores como la escasa cohesión social, la baja densidad demográfica, y la falta de interés de internarse en el corazón de una geografía difícil e inhospita, nos llevaron a la necesidad de redefinir nuestra fronteras con nuestros vecinos. La definición de nuestras fronteras, durante el siglo XIX, nos enfrentó con la realidad de hacer coincidir la soberanía con el mapa.

Durante el gobierno de Rufino Echenique, el Perú definió parte de sus límites territoriales con el Brasil. Con nuestro vecino firmamos el tratado Herrera- Da Ponte Ribeyro. En virtud de ese Tratado el Perú “perdió” el territorio comprendido entre el triángulo formado por los ríos Apaporis y Tabatinga. Aparentemente el Perú perdió una enorme espacio territorial, pero si observamos que en realidad el territorio que formalmente “perdimos”, en realidad ya tenía una anterior presencia brasileña y que no estuvimos en ninguna capacidad de revertir la situación ni de peruanizar la zona, encontraremos que el Tratado no fue sino la mejor forma de detener el avance brasileño en territorios que formalmente, al menos, estaban bajo la jurisdicción del estado peruano. En el caso del territorio del Acre, cedido a Brasil a través del Tratado Velarde- Río Branco ( 1909), es pertinente decir que muchas de estas zonas no tuvieron una presencia real del Estado, pero también que se careció de los medios para conservarla

Los territorios de Tarapacá y Arica, si fueron espacios donde existía la peruanidad y además había presencia del Estado peruano. Si analizamos detenidamente un mapa del Perú de 1825 y lo contrastamos con uno actual podremos observar que los territorios más extensos que hemos “perdido” han pasado a manos de Brasil; pero que sin embargo, el mayor dolor nos es producido los perdidos frente a Chile.

¿Entonces, por qué no tenerle rencor a Brasil? ¿Por qué no considerarlo peligrosos para el Perú? Se pueden ensayar diversas respuestas y hasta destacar que los territorios perdidos con Chile fueron la consecuencia de una guerra; mientras que los perdidos con Brasil no. Y este argumento tiene una enorme validez, pero más la tendría si se observara que precisamente no hubo guerra alguna, ni resistencia, porque eran territorios que en términos reales carecían de presencia peruana, y no estuvimos en condiciones de defender. Fueron territorios peruanos en el papel.

El Estado es el poder político organizado, y en este sentido, su poder es anterior al Derecho. El Derecho como espacio normativo no es sino una expresión jurídica del poder estatal, en este caso, de su capacidad para ejercer soberanía. Los límites con los que el Perú nació, a través del Utti Possidettis y la libre determinación, no correspondieron al espacio geográfico en el cual el Estado peruano podía ejercer su poder. El espacio geográfico en el cual el Estado peruano estuvo en capacidad de ejercer soberanía fue mucho menor.

Esto no nos debe llevar a pensar que todos los territorios que los peruanos consideramos como pérdidas, son solo ficciones. Evidentemente las pérdidas territoriales frente a Chile, a consecuencia de la guerra de 1879; la pérdida del Trapecio Amazónico y Leticia frente a Colombia, en virtud del tratado Salomón- Lozano y la pérdida de territorios a favor de Ecuador, como consecuencia de la guerra de 1941 y del Protocolo de Río de Janeiro de 1942 pueden mencionarse como tales. Sin embargo, es pertinente mencionar que el discurso de que somos el país que fue víctima de la expoliación de todos sus vecinos, la víctima del continente, no sólo no guarda correspondencia con nuestra real presencia en extensos territorios que el imaginario popular ha considerado como peruanos, sino que es una forma de mantener un complejo de castración colectivo sumamente pernicioso.

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